Todavía tengo casi todos mis dientes, casi todos mis cabellos y poquísimas canas, puedo hacer y deshacer el amor, trepar una escalera de dos en dos
y correr cuarenta metros detrás del ómnibus, o sea que no debería sentirme viejo, pero el grave problema es que antes, no me fijaba en estos detalles.
(Benedetti)
Oye Mar en
leva Vives
recordándole al barrio, alegrando con tu caminao que el
simple suspirar del viejo bailador, que mira sin consuelo se desborda
con anhelo, cuando a paso altivo, hay buen contoneo. Y en tu
cintura, que en salsa salpimienta calles y aceras se cuelgan
las miradas y ansias, de transeúntes y forasteros enamorados,
no tanto del barrio como de tu salsoneo. Ay Mar de
mis amores, no te estrelles más en roca estéril que acá hay
playa, con dulces cocoteros, donde sin
esmero puede varar tu oleaje verdadero. Ay Mar de
mis amores ven a ver te digo, en plena franqueza como este
barquero y pescador sincero en tu
inmensidad se quiere dedicar a vivir en pleno. Ay Mar de
mis amores, no te estrelles más en roca estéril Que acá yo
me quedo con el resplandor de tu sonrisa en leva que rompe el
calor de la tarde santiaguina, dando vistazo al cielo. Ay Mar de
mis amores ven a ver te digo, en plena franqueza Que espero
cada tarde naufrague mi mayor angustia, al verte y sea tu
sonrisa hoy sincera, libre de penas y paraíso en alegría. Alegría y
salsoneo, va contoneando el mar de mis anhelos… Melodía que
desborda alegría, baña con su mirada mis mañanas, mis buenos días Alegría y
salsoneo, va contoneando el mar de mis anhelos… Y ella
bailando se la pasa, con una salsa en sus labios rosa, Alegría y
salsoneo, va contoneando el mar de mis anhelos… yo
envidiando no ser melodía de guaguancó, pa vivirle en la cabeza Alegría y
salsoneo, va contoneando el mar de mis anhelos… No te
estrelles más en roca estéril, vente con este barquero y pescador sincero Alegría y
salsoneo, va contoneando el mar de mis anhelos… Ay Mar de
mis amores, vara acá tu inmensidad y oleaje verdadero Ay Mar de
mis amores ven a ver te digo, en plena franqueza en tu
inmensidad me quiero dedicar a vivir en pleno.
Se me olvido
quererte no es lo mismo que deje de amarte, lo primero fue por falta de práctica,
lo segundo seria si ya no me importaras.
Por eso
propongo el punto medio, el café de la tarde, mirando desde San Antonio a los
demás en las mismas, y charlar.
O ver las
luces titilantes frente al río refunfuñón, desde la altura de mi balcón, unos
vinos y una charla ambientada con su rumor.
Pero el que aún
me importes, tampoco implica que mi corazón te conserva como en el momento del
primer beso en Los Cristales, o como esas tardes bajo el samán.
Solo son el
buen recordar de las sonrisas y la gratificante sensación de ambos estando ahí,
sin más razón que ver la tarde Santiaguina teñirse de un efímero adiós al
Valle, mientras sabíamos que estábamos ahí, cada cual para cada tal.
Estoy perdiendo el
aliento, siempre pensé que lo terminaría haciendo por vos, pero mira como es la
vida, me lo está quitando el tiempo frente a la ventana, viendo pasar las nubes
plagadas de parvadas rumbo al atardecer, tras unas rejas negras que de vez en
vez le sirven de tertuliadero a unos cuantos canarios y sin poder tocar el
césped, ni bailarme un son, sin siquiera saborear los rumores de los samanes taciturnos.
Se marcha entre mis suspiros
y sin siquiera algo del toxico humo de un pucho o un habano, solo así, purito, acompañado
apenas de pretensiones, anhelos, murmullos, nostalgias e ira de esa dolorosa;
es que ni siquiera con el cálido sabor del ron, ni la fresca caricia de la
cerveza fría, porque tampoco hay pa calmar en algo ese adiós.
Claro que como bien
lo sabes, el paseante irresponsable que se cruce con mi estampa en esa ventana,
siempre ha de encontrar la sonrisa esa que vos si supiste descifrar, esa que me
brotaba de la ira pa tratar de calmar los impulsos, esa pasiva agresiva que
tanto odiaste; pero que pal incauto siempre ha merecido una respuesta amable.
Pero bueno, no nos
desviemos, estábamos en que voy perdiendo el aliento en sanidad, sin vicios, ni
siquiera el de tu ausencia porque ya tampoco la siento; simplemente es que lo
estoy perdiendo y recuerdo muy bien preferir a ese respecto que, de ocurrir, lo
haría entre tus brazos satisfechos o atado a mis letras despidiéndote.
Ahora se me pasa una
golondrina y me sonríe con su vuelo, creo que la mandaron por lo que queda de
mi aliento…
- Esa sonrisa se la
robo a un ángel, estoy seguro - Recalcaba la razón, aun algo embriagada por la
suave sensación que le había dejado su piel en las manos, al saludarla...
Y
no era para menos, entre la beligerante actitud de ella, acompañada de su
carácter fuerte, el temor que le envolvía a él, era terminar de hundirse en un
paisaje que desorbitara su equilibrio y créanme que esa mujer reunía en si un
contingente capaz de tomarle los más fieros fortines que, en su afán de
continuar, había levantado con los restos de su vida.
La
primera vez que la noto, esa misma sonrisa rompió la tenue iluminación de la
sala y pinto el ambiente de un florido y rojizo humor, a unos cuantos metros y
con un gesto sin esfuerzo, había rasgado el grisáceo momento y le hizo olvidar
el motivo de su asistencia, todo con esa misma simple sonrisa, de esas que se
ve en los labios y de paso también se siente en la mirada.
Minutos
después, conversaban en el corredor, él embriagado por su aroma y el acerezado contorno
de esos labios contrastando idóneamente sobre la blancura de su rostro, ella
ignorante en medio de su estimulante entusiasmo, sin percatarse si quiera, al
parecer, del tobogán en el que su interlocutor venia viajando desde que la noto
en el salón; o tal vez si se daba por enterada y simplemente disfrutaba en
silencio alimentar su vanidad oculta.
Después,
se volvió cotidiano escucharle la voz revoloteando con una firmeza pausada, calmada,
pero a la vez plagada de un fuego irreverente, que solía sellar con esa misma
sonrisa; era así que podía atravesar la dignidad y al mismo tiempo curarla,
como si esa sonrisa besará heridas hasta en el alma...
-
O tal vez no, tal vez se la incauto a un fauno o un íncubo, que se atrevió a
hacerle frente perdiendo así sonrisa y corazón - reviro de nuevo la razón,
tratando de argumentar lo indebido...
Pero
no es perfecta, no; ojalá lo fuera, para así entenderla como irreal o
artificial y descartarla fácilmente del paisaje, renombrarla como un elemento más
de utilería en esta secuencia de escenas; pero no, no lo era, ella por el
contrario era simplemente idónea, en el debate, en la confidencia y más
peligroso aun, en medio de la cadencia de un bolero y siguiendo el compás de un
tambor, donde, toda ella estallaba en una alegría que parecía aumentar
exponencialmente al lograr sincronizar el ritmo del baile.
-
No, pensándolo mejor, si se la tiene que haber robado a un ángel - resignada
dejo escapar en un suspiro finalmente la razón.
La
última vez que la vi - intervino él - recuerdo haber perdido por un momento de
vista su sonrisa; la tarde cálida se prestó como lienzo para pintarle una grata
conversación y en un breve momento ella paro de sonreír para ver el cielo,
entonces fue ahí que mi razón se resignó, al verle de fondo las nubes y el
celeste tapiz y sobre él reposando su silueta, mientras los ojos parecían
estarse consumiendo el paisaje para alimentarle el alma; simplemente no parecía
ajena a él. Así la razón refunfuñando guardo silencio y le dejo escribir.
La
noche pareció embriagarse de nuevo con el aroma de ella, la memoria le trajo de
antaño aquel primer momento y con un rumor de música de fondo, colado desde el
mar, destapó aquel cofre que por años había conservado cerrado sobre la mesa de
noche, la que guarda los sueños imprudentes, los impronunciables, los más
inapropiados de expresar, aquellos que hasta pueden guardar temores y recelos;
de ella salieron entonces, danzando y con la misma alegría de su patrocinadora:
sentires, suspiros, sonrisas y estas letras que hablan de aquella que
seguramente le tomo prestada la sonrisa a un ángel, para ser idónea y no
perfecta, para ser un rastro del cielo en este paisaje terrenal, para arrancar
suspiros y sosiego, para sacarle a pasear los sueños a este interlocutor... Henry. Ardes.
No me jodas, no me inventes, vete lejos, vete pal infierno, no me vendas tus angustias ni me prestes tus odios, deja lejos de mis manos la calcinada alma que cargas, que ya es mucho el hollín que en el camino he respirado, exhalado por inconformes que no han limpiado sus vidas.
Vete entonces por tu vereda y déjame la existencia tranquila, que las plagas que suelen provenir de mi pasado son suficiente pa cobrarme todo ese karma que he acumulado y no hace falta la ácida versión de tus misterios, con cadáveres de sentimientos ajenos que distan de mi verdad.
Sube las escaleras a tu cómodo mundo de certezas e incoherencias, donde dormitan las perfectas líneas de tus creaciones; yo bajaré a encontrarme con mis demonios y sátiros, allá donde residen las imperfectas tramas que nacen de mi carne. Que se parta entonces este mundo en cuantos trozos pueda, pa darle residencia a cada una de las realidades que gestaste.
Toma tus cargas que ya no deseo llevar y deja las mías, lárgate de una vez por todas y deja ya de dañar, con tu aliento, lo poco que has dejado intacto en este lugar. Déjame con mis imperfecciones banales y terrenales, entre mis cantos y versos, con mis maldiciones, déjame de una vez por todas, por mi tranquilidad.
Palabras más, palabras menos: No me jodas, no me inventes, vete lejos, vete pa tu perfecto infierno.
Sabes
que soy confeso admirador de tus misterios, los mismos con los que abres y
cierras las fronteras entre los dos, aquellos que hoy rodean tus palabras y el
deseo que manifiestas de conocer ese más allá que trascienden los anhelos que
nos corren bajo la piel. Entonces propicias el momento, sueltas una docena de
imágenes sobre la mesa y entre tus reservadas insinuaciones y la tensión de tus
palabras, se cruza la frontera. Es algo que simplemente ha ocurrido, en la
penumbra de nuestra ausencia y su inconveniencia, hallé tu boca sin cerrojo y
sin musitar tan siquiera un permiso, he tomado mi deseo en la oportunidad:
En
el tiempo que guardas silencio y me exploras los ojos en busca de mis
pensamientos, recorro con los dedos la textura de tus labios, deleitándome
mientras le hago preludio a los míos. Entre tanto, mi imaginario se va
desgarrando por tu voz que, pausadamente, siembra nuevas imágenes, con las que
finalmente decido hacer mía a la mujer contra la pared, en la oscuridad de un
cuarto, con las ropas mojadas, víctimas de estas lluvias de marzo, con nuestros
cuerpos tiritando y con la complacencia de tus miradas que continúan
permitiéndome romper las fronteras y dejar ante mi extasíes la plenitud de tu
piel fría, que poco a poco va recobrando su calor natural, que paso a paso voy
revelando satisfecho, como niño que descubre ante sí aquel regalo ansiado, que
abre lentamente para detallar cada aspecto, línea, contorno, cada detalle de su
superficie. Desprendo tu blusa y esos ojos inquisidores que parecieran querer
reprocharme, tan solo se clavan en los míos, tu boca muda se entre abre y antes
de modular tu falsa protesta, la sello con un beso que te absorbe el aliento,
que obligara a tus brazos a aprisionarme contra tu pecho expuesto…
Los
detalles son esquivos, la oscuridad de la habitación tan sólo permite delinear
tus formas, las circunferencias de tus senos, la firmeza aguda de sus cúspides,
que recorro con mis manos, las que, con un rigor implacable, palpan cada tramo
de tu superficie al exponerse, formando un mapa mental que será verificado
posteriormente por mis labios, hasta que al final se dejan caer a tus caderas,
al tiempo que tu boca de vampira devora la mía.
Ya
en las caderas, logro abrirme paso en el fortín de tus pantalones, donde
encuentro la respuesta a mis impulsos: La humedad producto de la lluvia, ha
traspasado tu ropa y se ha mezclado con la que brota de vos y comienzo a
sumergirme; tu boca se entre abre, exhalando un suave gemido, casi
imperceptible que se cuela por mis oídos y me enciende aún más; mientras me
despojas caóticamente de la camisa. Los corazones ahora se desbordan y vos
tomas el silencio como cómplice, consintiendo que siga, dejando volar suspiros
esporádicos, encontrando la cadencia de mis movimientos, su intensidad y
trasmitiendola a tu mano, que ahora se hace dueña de mi miembro y así como
siento mis manos bañarse de ti, ahora tú lo comienzas a hacer de mí.
De
nuevo intentas emitir esa falsa protesta, pero es ahora tú mismo aliento el que
te frena, al sentir mis labios aproximarse cautelosamente por tu pubis, a
aquella laguna que hemos sabido fundar. Tu cuerpo se estremece y tus dedos
masajean mi cabeza, mientras que mis manos se extienden por tus nalgas
ejerciendo gradualmente una presión exacta, para sentirte las carnes, pero no
frenarte los espasmos. Has roto el silencio y el recato, tu voz comienza a
perder fuerza, a quebrarse, a ser remplazada lentamente por suspiros profundos…
Tu
cuerpo se ha rendido al placer y nuestras manos ahora terminan de desvestirnos
para finalmente caer juntos en la cama. Conmigo en lo más profundo de tu ser,
atenúas el movimiento de las caderas para sincronizar con los míos, somos uno y
nos estamos devorando de apoco en la oscuridad, vos mordiéndome los hombros y
marcándome con las uñas la espalda, yo mordiendo tus labios y ahondando cada
vez con más fuerza. Hasta que llegamos y tus uñas se hunden más en mí, al
unísono con tu gemido hilarante, mientras ahora soy yo quien muerde tu cuello,
dejando en vos todo. Y así, una y otra vez hasta que se nos agote el espíritu.
El
silencio se adueña del momento, vos soltas un suspiro acompañado de una sonrisa
pícara y tu mirada fija a mis ojos se vuelve a llenar de misterios, mientras
tomas mi rostro, abordas mis labios y te vas, con un simple chao. La curiosidad
se ha estremecido y suena peligroso.
La muerte amigo, es solo un ‘buenos
días’ más en el cotidiano de mi pueblo y se le ve mucho acompañada en las esquinas
de una tal violencia. A diario la saludamos mirándola a los ojos y nos devuelve
el saludo con una mueca risueña, tal vez pa distraernos mientras nos llega.
Algunos, con los que parece tener más confianza, la saludan con rigurosidad castrense
y formalidad de etiqueta.
A ella se le ve siempre acompañada,
cuando va por los parques y las calles, de gente muy elegante, de dinero y
prestigio, finas costumbres y hábitos exquisitos; a veces también, de uno que
otro de pinta más humilde, que bien sea por desespero, ignorancia o ambos, se
va de tragos con ella cualquier viernes, sábado o domingo.
Sin embargo, como cualquiera de esas
otras gentes de bien, ella también aporta al pálido color de nuestras calles,
bien sea con su escarlata favorito o de vez en vez, con ese color silencio que
dejan los desaparecidos y en los días más movidos, con nuevas ventilas en los
techos de las casas o más espacio dentro de ciertas familias que ni pa que
mencionar.
¿La muerte?
La muerte es vecina y amiga en este
pueblo agotado, una andariega más que conoce a la perfección cada rincón de las
calles y escondrijos, que se mece en los columpios de los parques y se asoma a
los balcones en las madrugadas, viendo coquetamente tanto a hombres como
mujeres. Es tanto así, que casi estamos seguros que tiene casa ahí más arriba,
en la alta calle de las palmas, esas de cuello largo, altivas y coronadas de
gallinazos, allá donde están los hermosos miradores...
¿La muerte, amigo?... Mírela, ahí
viene con uno nuevo; salúdela con confianza, que ella es buena papa, sonríale y
dele las gracias...
Sin
recato, te diré que quiero sentir tus labios en mi piel, conocer la sensación
que su textura dejaría al recorrerla, la milimétrica presión que ejercerían
sobre ella, la calidez que pudiesen trasmitir y también, por supuesto, quiero
medir la pasión con la que me podrían devorar la boca. Siendo más atrevido, te
confieso que quiero verte sumergida en mí, tan profundamente como yo deseo
estarlo en ti, sin reservas ni recatos que cohíban, sin límites obtusos, de
esos que suele imponer la razón… Uno pasa por ahí, toma una bocanada de aire,
se encuentra esos labios y no llegas a imaginar lo que pueden, en un solo
instante, despertar.
II
Lo
que en este instante necesito no está en tu boca, lo que necesito no se haya en
tu cuerpo, no está bajo tu piel ni mucho menos dentro de tus sueños, lo que
necesito responde tan solo a un monosílabo, a un instante gramatical, a una
línea efímera del tiempo absoluto. Lo que necesito esta tarde de domingo
septembrino, placido suspiro santiaguino, es la simple resonancia de tu voz,
afirmando la merecida recompensa a un pasado irreverente que se negó a sucumbir
ante el señor tiempo.
III
Voy
a confesarte un secreto de décadas:
Una
noche de amigos, entre un baile y unas risas, descubrí una insólita manía que
me hacía más ligeros los días plagados de cátedras y las largas esperas en los
pasillos, entre una y otra; descubrí que, ante tu sonrisa, las jornadas volaban
como en un túnel de terciopelo; que era casi imperceptible, aunque aguda, la
vibración de tu sangre cuando jugaba a hacerte dormir con mis dedos entre tus
cabellos; y que eras el mejor elemento de sosiego para los solitarios momentos.
Y la manía, la manía era esa, sentirte viva, hacerte reír, buscar cada espacio
para hacerte sentir feliz y así, continuar mis clases más gratamente, sin
pretensiones.
IV
Aun
me quedan suspiros que suenan a tu nombre y ansias impulsivas de tomar tus
manos al atravesar cualquier noche. Aun en mis ojos se anida el anhelo de
cruzar con tu mirada y en mis labios la idea de sellar en los tuyos mis más
profundos secretos. Aun corres inspirando mi alma y flotas por los valles de
mis sueños. Aun quema en mi pecho la pasional idea de conjugar un verbo con lo
más profundo de nuestros deseos. Aun se despiertan mis letras cuando llegas a
visitar a Morfeo. Aun tu voz suena incesante, acompasando el trajinar de los
minutos en las noches profundas, infiltrándose en mis almohadas y tal vez hasta
escondiéndose en algún rincón de mi cama, para ante la más mínima aproximación
a ella, brotar de nuevo de la nada y arrullarme un sueño.
V
He
aprendido, que en mi camino hay instantes en los que la sincronía en el paisaje
sosiega el alma, donde son idóneos forma y momento. Son instantes, así como
este, que conjuga la sabiduría de tu espíritu radiante, con la cautivadora
plenitud de tu silueta, todo finamente armonizado por aquella sonrisa
encantadora que se convierte en tu marca personal y que desde hace algunos
kilómetros atrás vengo admirando.
Hay
momentos en los que se muere lentamente sin remedio, esperando que tal vez,
pasados los minutos o los sueños, se encuentre, dentro o fuera, un elixir que
aligere el trajín a la mañana, ese salvoconducto que evada las más oscuras
decisiones.
Entonces
se aferra uno a ellos, al más ínfimo de los momentos, de los estados, de las
sensaciones: un beso, una mirada, la textura de una espalda desnuda, la humedad
de una vagina trémula, la calidez de una respiración a tu costado, hasta un
adiós bien dado.
Pero
hay noches en que nada cruza por el manto pardo que protege la ventana, noches
que pasan estériles y longevas, noches austeras en exceso que canibalizan la
memoria en vez de disfrutarla, que arrancan susurros gélidos que van rasgando a
girones el alma.
Y
en esas noches se acentúan los momentos, se sangra por dentro en la soledad
latente de nuestro ser y se cruza un abismo ante nuestros pies, una siniestra,
pero a la vez apacible invitación, que algunas veces suena tentadora y hasta
excitante.
Hoy
tal vez termine siendo una de esas noches, o tal vez llegue la majestuosa
gracia de mi orisha a bañarme con un arrullo; o quizás, Morfeo se adelante y
con una fiel estocada, me atrape y arrastre con él, y de alguna de estas
formas, evadir esta intransigente necesidad de ausencia que suele desvelarme.
Ame ese momento en que se quedó prendida en mi pensamiento, en que danzaron sus pies junto a los míos y fui poseedor de su alegría como si fuera mía. Ame cada rincón donde habitó el futuro que no fue, donde sus labios besaron mi nombre y nadie mas nos interrumpió la vida. Por eso la soñaré cuantas noches la memoria me permita, así en la vida su aliento vuelva a ser la sustancia que inspire letanías y enriquezca el aire que respiro. Y ame en pasado perfecto, en el momento indicado y en la medida exacta, en su boca, su piel y su alma, como se debe amar, sin mesura y sin condiciones. Ame ese momento tanto como hoy amo este recuerdo que me libera el espíritu, que me motiva a escribirle a un recodo hermoso de mi existencia.
Las
noches se me van entre tantas cosas que pa'que hacer un listado. Sin embargo,
mi sueño conquistado ya, es profundo e infranqueable, salvo en ciertas noches
donde ellas suelen visitarme y si, hablo en plural, pues entre las penumbras he
descubierto cada uno de sus rasgos.
Se
suelen posar a los pies de mi cama o frente a la puerta, dándole la espalda a
la oscuridad y el rostro a la tenue luz que rompe las sombras en el cuarto.
Cuando estoy acompañado, solo se sientan a contemplar, cuando quedo solo, es
que las escucho susurrar.
Algunas
veces, cuando la luna está más llena, se aventuran sus manos y siento como mi
espalda es tibiamente acariciada por una suave superficie, que se toma todo el
tiempo posible para llegar de mi nuca a mis nalgas.
Hay
una sola particularidad que se conserva en todas y cada una: la sonrisa. No
importa el grosor de sus labios o el color de su piel, tampoco si su boca es
grande como para devorar mis sueños, o pequeña como para recitarme un suspiro,
todas son igualmente cautivantes.
A
veces se rompe de repente el silencio de la noche y la voz de la que esté
presente, se escucha dentro de mi cabeza, desatando un raudal de imágenes que
se conjugan en diversas historias, que se sobre ponen a mis realidades pasadas,
que me despiertan algunas veces añeras…
Añeras,
esa palabra tan sureña que se me quedo y que no he conseguido remplazar con
ninguna de mi jerga nacional. Me suena tan arraigada a lo que expresa que su
misma escritura ya me hace a veces estremecer…
Y
es así, como me llegan a ratos ligeras siluetas de mis historias, de vez en vez
con sabor a lágrimas, que alguna, mientras está ahí, deja rodar por su etéreo
rostro, cuando logra acoplar su voz con cualquiera de las nostalgias de las que
guardo en el baúl aquel tras la sala en mi pecho.
A
esas podría llamarlas musas, aunque puedo jurar haberlas visto volar para salir
por mi ventana y una que otra noche, me han dejado marcada la piel o un mechón
de cabello enredado entre mis dedos, que, a la primera luz de la mañana, se
vuelven polvo…
Algunas
noches trato de esperarlas despierto, pero no llegan, o no al menos como cuando
las penumbras que arropan mis sentidos. Igual adoro sentirlas murmurarme o
cuando se disfrazan tras la imagen, ojos o sonrisa de alguna mujer que se cruza
al natural…
Hace
rato los que no arriban son sus acompañantes, que nunca llegan solos, vienen en
corrinche, arrasan los sentidos y sentimientos como un torbellino y se largan
en desorden, duendes que me recuerdan a mis más infames momentos…
Son
así, como paso mis desvelos, ligeramente acompañado. Hoy, por ejemplo, están
dando vueltas todas alrededor de la copa, mientras yo las dejo que hagan bailar
mis dedos en el teclado.