domingo, julio 19, 2009

01:10


La columna de humo sutil y de apariencia sedosa, partía el panorama de la ventana en dos, una segmentación que aromáticamente armonizaba con el vaso de vino a medias, armonía viciosamente estimulante. Mientras tanto el viento raudo de los farallones se desprendía del rió, diluyendo el humo, que parecía correr a ocultarse en el vaso, librando mi vista de su velo, permitiéndome contemplar las antorchas parpadeantes de la ciudad tendida a nuestros antojos sonámbulos, mientras murmulla hasta acá los jubileos de una noche de viernes que ya se extinguía, habíamos comenzado muy temprano.

Me sedujo entonces el exterior del balcón frente a la ventana, mas que la aparente protección de la casa y decidí plantarme en él junto a las materas, mientras se quemaban las ultimas canciones de la lista, tratando de calmar las ansias de acabar con la cajetilla de Andrés, claro que si me aferré a las intenciones de engullirme el resto de la caja de vino. Paso el rato y la soledad ya era callada y mientras los demás, embriagados, subían rumbo al cementerio delos sentidos, yo preferí quedarme meditando mis palabras, para sorprender el momento.

Solo desprendí los ojos de mi luna incondicional, al encontrar en el camino una silueta iluminada por la ligereza de su luz, contagiándole el rostro de una cálida palidez; sus pasos se impusieron en el pavimento con una aparente firmeza sugestiva, sumando estimulantes a mi ya embriagada condición. La calle sucumbía al frío de la temprana madrugada y sus pasos eran los únicos violadores del silencio de mi soledad, la lumbre de un cigarrillo caduco, me excuso para llamar su atención, aunque ya me había encontrado con su mirada.

De impulso, como para variar en mis decisiones, descendí del apartamento para encontrarme con sus palabras y truncar la monótona conversación con mi soledad, entonces sus labios modulaban lo que su disfoníca garganta intentaba decir, afectada quizás por su rumba y la brisa nocturna; anticipadamente le ofrecí un dato, acompañado de un trago, gustosamente aceptado.

Con ella en frente fui mas meticuloso al observarla, consintiendo con mis ojos la apropiada forma en que se descolgaba su falda, blanca y larga, la cual hormaba genial a sus caderas y la blusa suavemente sostenida de sus hombros claros, desnudos, lo cual permitía ver la longitud de su estilizado cuello, tan solo adornado por un diente aserrado que parecía flotar sobre su pecho tiritante por el frió, del cual no parecía quejarse.

La verdad la conversación fue mas bien corta, sentados en el anden, la aparente extasíes de ambos, aumentada en mi por su aroma dulce y su aliento enrojecido por el vino, nos llevo a un confuso intercambio de palabras que se transformo rápidamente en un raudal de mimos incontenible espontáneos, como lo era la confianza de nuestras frases, algunas íntimas; su presencia no me era extraña, su voz, su aliento, su rostro, me eran tan familiares. Y se agudizo más el silencio a nuestro alrededor, mientras confesábamos nuestros haberes, a la par que se desvanecía la cajetilla de Andrés, al igual que el vino, el cual fue sustituido súbitamente por nuestros besos, los que me eran más familiares a cada momento.

La soledad tangible en sus palabras, se compartió con el viento, otro de mis cotidianos compinches, al cual, en un pason, deje su cabello oscuro para divertirse. No habrían pasado más de una hora y ya ambos reposábamos en el balcón, reparando nuestros cuerpos sin más contacto que el que nuestros labios podían hacerse mutuamente.

La antes concurrida sala ahora contaba tan solo con el cuerpo desvanecido de Carlitos, quien era, en ese momento, un elemento más de la decoración. Con el universo conspirando, mi voluntad no fue más vulnerada que por las palabras secas de infamias irrelevantes, por lo que decidimos sustituir el vino ya ausente, por un tinto para calentarnos, sin querer llevarnos un tanto mas lejos de lo que podríamos estar dispuestos a responder.

El paso casual de ella rumbo a su, hasta ese momento, obligado destino, resulto en un cálido encuentro que no se dejo profanar. Ella desapareció con la ultima estrella y Yo me desplome con la llegada del sol, no se que seria mas curioso, si su espectral aparición o mi fantasmagórica ausencia. Y al pisar de nuevo cada vez aquel balcón, llega a mí nuestras voces murmurando las notas que surgieron de nuestros labios, mientras me enamoraba de la luna y su aijada casual, que me encontré detrás del humo del cigarrillo, rumbo a la mañana.



ARDES.