Entre el silencio que traen tus labios y la
nostalgia que cargan tus ojos, existe un atajo discreto que conduce a tu magia,
una cómoda ruta de jazmines y susurros de aves, de frondosas ceibas y
gualandayes, donde las tillandsias fungen de cortinas en las casas de duendes y
hadas, donde la luz de los astros, que se cuelan entre el dosel, demarcan el
camino de los incautos que cruzamos por él.
Existe también un recodo que se asoma al
cristalino abismo de tu mirada, donde se pierde, en encanto y sosiego, quien
aprenda a ser objeto de su atención, quien logre descifrar el camino a tu alma,
a lo más profundo de tu corazón, un lugar donde vale la pena reposar sin
límites de tiempo, sin el acoso de la realidad.
Debo pensar si cada espacio que encuentre
en tu inmensidad contara al menos con un rincón similar, si el camino a tus
momentos embargara siempre al transeúnte de tal magia y color. Es así como nace
la incertidumbre por el lugar que resguardas, por la insistente reticencia a
dejar palpar el latido de tu sangre, la fuerza que te recorre y arrolla caudalosamente
lo que halla a su paso, ese mismo que atrapa mi interés en remolinos.
Y surgen letanías entre tu alma y la mía,
ella que ahora deambula y curiosea. Y se terminan de gestar esas ganas por
conocer, por explorar, por alcanzar la magia más allá del sendero, por llegar y
nadar en su tibieza, sumergirse hasta lo más profundo y reposar con tus
sentidos en la idoneidad casual que el destino nos regaló. Irrumpe también, la
necesidad de desvelar unos cuantos de tus secretos, de aprender a conocer la clave
de tus sonrisas, la combinación que libera tus sentidos.
Llega uno finalmente a la magia, llegue a
ti. Y esa noche se quedó tan corta, que solo me dejo el recurso de murmurarle
al viento, esperando que llegara a vos una pequeña fracción de lo que en mis
ojos no ves, de lo que en mis manos no sientes, de lo que mis labios aun no
dicen, de la premura creciente por conocer más de tus deseos, de los hábitos de
tu tacto, de la predilecta forma en la que gustas que escriban en tu piel, de
todo ello que acolcha tus nostalgias y seguro inyectan a tu corazón de suspiros
furtivos. Queda entonces la infame incertidumbre de un mensaje al profundo
abismo de tu alma, de un telegrama dejado sobre la palma de tu mano, de tu
mirada a mis ojos, de tu silencio.
Retorno entonces a la virtualidad de tu
conveniencia, pero con el agravante de haber contemplado tus labios y haber
mirado en tu alma. Retorno a escribirte en la distancia, esta vez a ti y no tan
solo a la musa que se paseó por mis sueños. Retorno ahora con la certeza que
entre los bosques lo que suelen pasearse son las magas…
Ardes. Henry.