miércoles, marzo 14, 2018

Diáfano


Entre el silencio que traen tus labios y la nostalgia que cargan tus ojos, existe un atajo discreto que conduce a tu magia, una cómoda ruta de jazmines y susurros de aves, de frondosas ceibas y gualandayes, donde las tillandsias fungen de cortinas en las casas de duendes y hadas, donde la luz de los astros, que se cuelan entre el dosel, demarcan el camino de los incautos que cruzamos por él.

Existe también un recodo que se asoma al cristalino abismo de tu mirada, donde se pierde, en encanto y sosiego, quien aprenda a ser objeto de su atención, quien logre descifrar el camino a tu alma, a lo más profundo de tu corazón, un lugar donde vale la pena reposar sin límites de tiempo, sin el acoso de la realidad.

Debo pensar si cada espacio que encuentre en tu inmensidad contara al menos con un rincón similar, si el camino a tus momentos embargara siempre al transeúnte de tal magia y color. Es así como nace la incertidumbre por el lugar que resguardas, por la insistente reticencia a dejar palpar el latido de tu sangre, la fuerza que te recorre y arrolla caudalosamente lo que halla a su paso, ese mismo que atrapa mi interés en remolinos.

Y surgen letanías entre tu alma y la mía, ella que ahora deambula y curiosea. Y se terminan de gestar esas ganas por conocer, por explorar, por alcanzar la magia más allá del sendero, por llegar y nadar en su tibieza, sumergirse hasta lo más profundo y reposar con tus sentidos en la idoneidad casual que el destino nos regaló. Irrumpe también, la necesidad de desvelar unos cuantos de tus secretos, de aprender a conocer la clave de tus sonrisas, la combinación que libera tus sentidos.

Llega uno finalmente a la magia, llegue a ti. Y esa noche se quedó tan corta, que solo me dejo el recurso de murmurarle al viento, esperando que llegara a vos una pequeña fracción de lo que en mis ojos no ves, de lo que en mis manos no sientes, de lo que mis labios aun no dicen, de la premura creciente por conocer más de tus deseos, de los hábitos de tu tacto, de la predilecta forma en la que gustas que escriban en tu piel, de todo ello que acolcha tus nostalgias y seguro inyectan a tu corazón de suspiros furtivos. Queda entonces la infame incertidumbre de un mensaje al profundo abismo de tu alma, de un telegrama dejado sobre la palma de tu mano, de tu mirada a mis ojos, de tu silencio.

Retorno entonces a la virtualidad de tu conveniencia, pero con el agravante de haber contemplado tus labios y haber mirado en tu alma. Retorno a escribirte en la distancia, esta vez a ti y no tan solo a la musa que se paseó por mis sueños. Retorno ahora con la certeza que entre los bosques lo que suelen pasearse son las magas…


Ardes. Henry.