Deslizo
mi mirada por el horizonte montañoso,
pretendiendo
perder el límite de mis intenciones en
algún pico lejano,
esperando
se ensarte entre las rocas o los árboles.
Que
encuentren nido en la lejanía del páramo
y
que desde ahí arrastren sin remordimiento,
la
eternidad del sentimiento que yace ahora sin consecuencia,
que
se mese entre mi boca medio abierta, al ritmo de suspiros.
Arrastro
los pies sobre el pasto fresco,
para
que la tierra bendita arranque el cansancio de mi trajinar,
que
aún no se resigna a dormir en el pasado.
Que
ya se quede sembrado en ella,
o
enterrado sin cruz ni lapida,
que
cambie de posada y abandone mi corazón maltrecho,
libere
mi sonrisa y la calidez que solía entregar con mi abrazo.
Y
ahora e entre las sombras desalojadas de tu existir,
llego
a concluir que sufro de un caso crónico de antojo nostálgico,
que
sacia su síndrome de abstinencia en la melancolía.
Y
justo ahora de manera recurrente,
cargo
con unos en el bolsillo de la camisa,
antojo
de libertad a mis sentidos y coartar los derechos de mi silencio,
que
apenas subsiste en la melancolía asfixiante de tu ausencia latente.
No
encuentro más palabras que calmen el llanto,
todas
convergen en frases autónomas, que arrancan con tu nombre
y
terminan con mi alma arrumazada y tiritante.
Reblujo
entonces los baúles de recuerdos,
en
busca de una alternativa piadosa,
pero
solo aparece la oscuridad de tus ojos sedientos de amor,
mirando
extasiados la plenitud de mi entrega incondicional.
Lo
último que me resta es lavar mis manos,
para
arrancar tu olor y la sensación de la textura de tu piel,
de
cada recodo, cada relieve, cada lunar.
Dejar
que el rio cristalino se tiña de escarlata,
con
el permiso y la bendición de mi santo,
y
que en su ímpetu largue de mi piel la existencia de ese ayer,
mientras
encubre el diluvio desbordante que nace en mis ojos.
Sueño
y deseo de invierno, mujer, ¡mi bien!,
amortigua
con tu sonrisa la llegada de esta estación profana
que
atenta contra el existir de mi serenidad.
Ahoga
los sollozos con un aire de felicidad,
de
esa que a borbotones nació de ambos,
de
paso ven y entrega en mis labios el ultimo recado de tu corazón
y
apresura el abrazo para evadir las miradas que se niegan a partir.
Se
deja finalmente una antología de boleros
Que
en la intimidad de nuestro adiós mordieron las sombras
Para
dejar la cicatriz a escala de la que cargaremos en el alma.
ARDES.