La profunda sonrisa que tus labios enmarca, jamás la consentí ver oculta, ni ausente; la sola idea restaba la magia de las mañanas. Era radiante todo espacio que con ella llenabas, era contagiosa, y estoy seguro que, para los escogidos, era intoxicaste.
Yo que
alguna mañana, embebido en el paraíso canela de tu piel y esa misma sonrisa que
tanto admire, atrevidamente diagrame un viaje por tu superficie, haciéndome de
explorador aventurero, hoy casi desfallezco al leer esa insólita sentencia.
Pues estoy seguro tras tan arduo trajinar en mi mente, que aún hoy, años
después de mi aventura letrada, si bien figura el cauce casi extinto de tu
corazón, existen gigantescos acuíferos que nutren desde adentro los más
hermosos territorios de tu ser, hidratan tu sonrisa y hacen brillar tus ojos
como aquella vez, que incauta, fuiste objeto y sujeto de mi inspiración.
Así que por más que te haya azotado el más intenso
y despiadado verano, apuesto cada una de mis letras y pecados, a que, bajo
aquel rincón perfecto de tu pecho, aún hay un manantial capaz de hacer florecer
el bello paisaje que enmarcan tus labios.
Henry. Ardes.