Esta noche, con el sueño disipado en la rebeldía
implacable del insomnio, encontré sonrojado a un recuerdo que pensaba perdido,
venia fugado de una noche igual de templada, donde dormitaba entrelazado a un
cuerpo tan cálido como el mío. La noche que eventualmente se hizo fresca al
paso de las horas, permitió reconocer la inquietante manera con que se
suscitaron las cosas.
Esa noche la luna creciente, ya casi a punto de
llenar, entraba por mi ventana dejando una estela iluminada que permitía ver
perfectamente las formas, los relieves, hasta las texturas de algunas zonas. En
lo personal, también consideró que no he encontrado en mi vida mejor luz para
proyectar las sombras de un cuerpo desnudo.
Ahora recuerdo bien que el sueño nos era esquivo, o
más bien huía espantado por el calor que emanaba de nuestros cuerpos agitados.
Siempre había apreciado el color de su piel a la luz del día, en nuestras
escapadas, ya fuera en la universidad o en nuestras casas; o había sido mi mente la que había ido
recordando su desnudez palmo a palmo, cuando yacíamos en la oscuridad de su
cuarto; pero esa noche la visión de su tez era diferente, parecía que la luz de
luna hubiera cambiado hasta mi sentido del tacto.
Recorrer la longitud de sus piernas intentando
abrazar mis caderas infructuosamente, parecía una sensación ajena a los
sentidos; la sombra de sus senos, pequeños, sensuales y provocativos, su
vientre contrayéndose al ritmo de mi movimiento, todo tomaba matices que me
hacían desbordar de éxtasis. Y era que hasta el placer sentido fue más
profundo, lo sé por la fuerza con que marco mi piel, conque apretaba sus
dientes para no estallar en gemidos que desgarraran el silencio del
apartamento, mientras yo acallaba los míos buscando sus labios, sin interrumpir
la armonía de aquel movimiento oscilante, que bien podría haber sido perpetuo
por tan solo la satisfacción de ver su rostro incandescente de placer. En ese
momento ya era erógeno cada recodo de su cuerpo, bastaba un suspiro en
cualquier parte de el para hacerla temblar. Y el movimiento... Su rítmico
vaivén al posarse sobre mí... El solo recordarlo me despierta impulsos.
Recuerdo ahora la agilidad de sus labios al tocar
mi piel, tras partir de mi boca habiéndome dejado sin aliento, el rose sutil de
sus pezones recorriendo mi pecho y mi abdomen lentamente, en su descenso para
deleitar mis antojos, al tiempo que en su cara surgía aquella expresión de
perversión indescriptiblemente excitante. Finalmente perdí su rostro de vista y
me encontré con su espalda desnuda, bañada por aquella luz de luna que
acentuaba el camino formado por su espina, el cual parecía encumbrarse buscando establecer una ruta
entre nuestro ser y ella, pero que prematuramente desembocaba en la
convergencia curvilínea de sus glúteos, mientras encaminadas por él, se
desliaban pequeñas gotas de sudor, producto de la agitada faena y que
provocaban que se estremeciera gratamente a su paso.
Era mágico, tal vez bestial, un fragmento fugado de
algún relato donde el licántropo desata su voracidad al amparo de la luna y sin
reparo. Era como devorar, tomar su cabello entre mis dedos y acompañar la
sincronía apasionada con el impulso del frenesí, soltarlo y recorrer su espalda
arqueada con mis manos, ida y vuelta, e introducir mis dedos en él y volver a
tomarlo… acercarla hasta mi pecho y
atrapar su piel entre mis dientes, y sentir su exhalación con cada uno
de mis sentidos, al tiempo que observaba nuestras descontroladas siluetas sobre
la pálida pared. Esa noche se desato todo, no hubo recato, ni mesura…
Esta noche saboreo un poco de brandi y acompaño a
la memoria, esperando que las pasionales imágenes que inundaron mi mente, ayuden
a encontrar el sueño envolatado. Sin embargo hoy no renegare de mi insomnio,
pues sin él no hubiera podido recuperar, de aquel rincón de lo enterrado, este
delicioso fragmento de mi pasado.
Ardes.