Las
noches se me van entre tantas cosas que pa'que hacer un listado. Sin embargo,
mi sueño conquistado ya, es profundo e infranqueable, salvo en ciertas noches
donde ellas suelen visitarme y si, hablo en plural, pues entre las penumbras he
descubierto cada uno de sus rasgos.
Se
suelen posar a los pies de mi cama o frente a la puerta, dándole la espalda a
la oscuridad y el rostro a la tenue luz que rompe las sombras en el cuarto.
Cuando estoy acompañado, solo se sientan a contemplar, cuando quedo solo, es
que las escucho susurrar.
Algunas
veces, cuando la luna está más llena, se aventuran sus manos y siento como mi
espalda es tibiamente acariciada por una suave superficie, que se toma todo el
tiempo posible para llegar de mi nuca a mis nalgas.
Hay
una sola particularidad que se conserva en todas y cada una: la sonrisa. No
importa el grosor de sus labios o el color de su piel, tampoco si su boca es
grande como para devorar mis sueños, o pequeña como para recitarme un suspiro,
todas son igualmente cautivantes.
A
veces se rompe de repente el silencio de la noche y la voz de la que esté
presente, se escucha dentro de mi cabeza, desatando un raudal de imágenes que
se conjugan en diversas historias, que se sobre ponen a mis realidades pasadas,
que me despiertan algunas veces añeras…
Añeras,
esa palabra tan sureña que se me quedo y que no he conseguido remplazar con
ninguna de mi jerga nacional. Me suena tan arraigada a lo que expresa que su
misma escritura ya me hace a veces estremecer…
Y
es así, como me llegan a ratos ligeras siluetas de mis historias, de vez en vez
con sabor a lágrimas, que alguna, mientras está ahí, deja rodar por su etéreo
rostro, cuando logra acoplar su voz con cualquiera de las nostalgias de las que
guardo en el baúl aquel tras la sala en mi pecho.
A
esas podría llamarlas musas, aunque puedo jurar haberlas visto volar para salir
por mi ventana y una que otra noche, me han dejado marcada la piel o un mechón
de cabello enredado entre mis dedos, que, a la primera luz de la mañana, se
vuelven polvo…
Algunas
noches trato de esperarlas despierto, pero no llegan, o no al menos como cuando
las penumbras que arropan mis sentidos. Igual adoro sentirlas murmurarme o
cuando se disfrazan tras la imagen, ojos o sonrisa de alguna mujer que se cruza
al natural…
Hace
rato los que no arriban son sus acompañantes, que nunca llegan solos, vienen en
corrinche, arrasan los sentidos y sentimientos como un torbellino y se largan
en desorden, duendes que me recuerdan a mis más infames momentos…
Son
así, como paso mis desvelos, ligeramente acompañado. Hoy, por ejemplo, están
dando vueltas todas alrededor de la copa, mientras yo las dejo que hagan bailar
mis dedos en el teclado.
Ardes.