lunes, marzo 27, 2023

Premeditación...

Su mente divagaba sin cesar, y si las ideas pudieran verse, seguro el cuarto semejaría un gran acuario a rebosar de ellas, mientras él flotaría intoxicado; y era que simplemente cada una resultaba ser más sediciosa que al anterior, parida entre el máximo dolor y destilando el fétido aroma que deja las ansias tibias de venganza.

Pero esa era su forma de purgarse de todo sentimiento que ahora le quemaba las venas, hirvientes riachuelos que le corrían esa noche los rincones de su cuerpo agotado, dejando a su paso una fiebre nunca sentida. Llegaría a ser tanto el calor que aquella noche, de repente, su cuerpo se apagó y quedo de bruces sobre el escritorio del estudio.

A la mañana siguiente, con la cabeza lo suficientemente fría, el profesor logro arropar aquel dolor en lo más profundo de su ser y decidió continuar: y así, durante semanas y meses lo vimos pasar por los pasillos de la universidad o sentado en los cafés, en interminables charlas filosóficas con sus estudiantes y colegas, sonriendo, cantando, bailando y hasta acompañado. A los ojos de los incautos solo era otro hombre más que se había liberado por azar, y en desfortuna, de la mujer que lo poseía; “quizás hasta gracias le daba a aquel pobre diablo que la mato” decían algunos...

Pero yo, yo que siempre lo acompañé en cada momento de su vida, yo que lo vi cargar entre sus brazos a la mujer amada para mostrarle las maravillas de las aves y soportar su cabeza en los momentos difíciles; yo que lo vi, mientras la incineraban, ardiendo de furia y en silencio con tanto ahínco, que bien podían habérsela puesto entre los brazos para que fueran ellos que la abrasaran; yo que lo recogí del suelo cuando sus fuerzas no le dieron más, yo sabía que algo iba a ocurrir.

– Por eso, Martina, por eso hoy estoy aquí, sé que cuando encuentre lo que estoy buscando será demasiado tarde, pero debo encontrarlo.

Paro de hablar y con el brazo movió sutilmente a la empleada del servicio, mientras ingresaba al apartamento.

Como siempre se encontraba pulcro, bien ordenado, y sin duda Martina era la ejecutora ideal, pues había compartido años con ellos. Mientras admiraba tal orden, detallaba cada uno de los rincones, las paredes, los escritorios, mezas armarios, bibliotecas; lugares que por años había visto recurrentemente, pero nada le era extraño.

En casi dos años como investigador forense, acostumbrado a analizar cada detalle, había aprendido a encontrar todos eso elementos fuera de lo normal en los recintos ajenos a su vida ¿Cómo sería posible que, en la casa de su mejor amigo, donde paso tantas tardes y noches, no podría hallar lo que buscaba?

Finalmente, y ya desesperado, se dejó caer sobre la vieja silla de cuero en el estudio, donde siempre reposaba cuando tenían aquellas charlas cómplices con el profe...

– ¡Mierda!

Grito desesperado

– ¿Dónde putas lo pusiste? Sé que lo escribiste, sé que lo hiciste...

El tiempo se acortaba, si todo ocurría como él lo pensaba, en menos de una hora el apartamento estaría plagado de policías inspeccionándolo todo y no deberían encontrarlo a él ahí.

En ese momento, mientras con desespero tomaba su cabeza con las manos y la inclinaba hacia atrás, lo vio... Había estado ahí todos estos meses; ahí, colgado en el corcho del tablero, sujeto por cuatro tachuelas de colores. Siempre se preguntó ¿por qué la pintura? ¿Por qué un dibujo? Se acercó a detallarlo por primera vez en meses.

Era un dibujo tribal, con infinidad de motivos que, a vista de pájaro, solo eran manchas sin sentido, pero su vista no era de turpial, era de halcón. Había estado buscando el diario de él o de ella, suponiendo que todo lo había escrito, pero no. Era una simple hoja con minúsculas letras formando sinogramas chinos; si, como los que ella le solía reglar después de salir de su clase de mandarín; decía te amo.

Tomo la lupa que guardaba el profe en su escritorio y comenzó a detallar cada letra, era un listado, uno que mencionaba nombres de los colaboradores pagos y voluntarios que le habían ayudado a evadir la justicia al asesino de ella, eran sus nombres, ocupaciones y una palabra frente a cada cual: Arturo Estupiñan – Resbalar; Sandra Sánchez – Dormir; Ricardo Gutiérrez – Conducir... Y así iban 14 nombres escondidos entre aquellos trazos. El último era Carlos Pérez Monsalve, el irresponsable asesino, y su nombre formaba tres puntos suspensivos que daban paso a un: Puente.

No espero más, tomo la hoja del tablero y la doblo lo más posible, en su lugar puso otra que reposaba sobre el escritorio, unos apuntes de clase, al parecer; le dio otro repaso a la habitación y llamo a Martina.

– Martina, toma este dinero y ve al supermercado a comprar lo que creas que hace falta, yo te arrimo hasta ahí y después tomas un taxi de vuelta

– Ok señor, pero ¿pasa algo?

– Tranquila mujer, tú solo ve por las cosas y tomate todo el tiempo que quieras.

Salieron del apartamento y la dejo en el supermercado, tras lo cual se dirigió a la zona industrial. Al llegar a un lote donde se solían tirar chatarra y basuras, busco una lata, un par de cartones viejos y roció todo con la colonia que solía cargar en el carro, saco un cigarrillo y su cipo, abrió la hoja y dándole un último vistazo, le prendió fuego mientras a la vez lo hacía con su cigarrillo...

– ¡Ah condenado! Solo espero que todo lo hayas hecho también como sin pensarlo te lo fui enseñando todas estas tardes. 

 

Ardes.

 

viernes, noviembre 04, 2022

A distancia

Un destello que rompe la oscuridad del cuarto, me contagia de una extraña alegría que al surgir nace tiznada de nostalgia, una que me hace sonreír y sentir un sabor a luna llena, algo así como esa esencia a miel de estrellas al que tus labios me supieron, saben y sabrán, así sea solo en la simple memoria. De nuevo me nace esa necesidad de hacerte sonreír a cada instante y volver así mi pantalla una fiesta de luces parpadeantes, que me saben a eso, a tus besos, a vos.

Porque, para que más hablarte ahora, si no es para ayudarte a ser feliz, a dejarle a la sincronía de este mundo esa descarga de energía que suele hacerme olvidar la mortalidad y me vuelve eterno, más cuando estás a un suspiro de distancia. Al menos aun así se siente en ese reducto de mi ser donde habitas.

Entre tanto, con charlas que van y vienen, has dejado en libertad tu cabello y mientras tu voz me llena el silencio y armoniza la escena, aprovecho para irme como un duendecillo y visitando el paisaje donde alguna vez mis dedos fueron soberanos, dejando deslizar mi imaginación, hecha duende, por tus rizos, tu cabello ensortijado, ese cielo olor a coco.

Caes en cuenta que me he ido de paseo mientras hablas y me llamas la atención, frunciendo el ceño y señalándome con tu mirada, pero en vano, porque ahora me he perdido en la oscuridad de tus pupilas.

Disculpa, pero ¿Qué pretendes que haga, ah? ¿Acaso que ignore cada uno de los detalles que te componen y me bañan de felicidad? Si son cada uno de ellos los que mantienen mi aliento en esta lejanía insatisfecha, donde falta mi mejor sueño, el mejor rincón de reposo, la mejor textura que ha sentido mi tacto, donde me faltas vos; esta lejanía que me pone a acariciar la pantalla mientras cierro los ojos para engañar a mis sentidos con la sensación de tu tez, la misma que me deja frente a la pantalla mientras te miro sumergir en el mundo de tus sueños y al verlo, cierro mis ojos para sentir la tibieza de tus labios dejándome en el regazo de los míos.

Sonríe, suspira, mírame enfadada, gesticúlame con tus labios un beso o una mueca, ciertamente no importa mientras que pueda encontrarte tras esa ventana, mientras que pueda hacer cada noche una fiesta de luces nacidas de tus sonrisas, mientras me sigas trayendo a los sentidos tu sabor a luna y sepa que mi corazón sigue acompasado con el latir del tuyo, aunque no estas.


Jr.

 


lunes, noviembre 15, 2021

Asuntos de lunáticos.


¿Te han hablado alguna vez de los secretos de la Luna? Muchos marchan por la vida haciendo alarde de su luz, regalándola, apropiándose de su imagen sin decoro. Sin embargo, son pocos los que a lo largo de la vida la encuentran compañera, más que amante y confidente, más que objeto de regalo.

Es así que solo muy pocos logran dar con ese espíritu ancestral que se despliega justo por estas noches septembrinas y pone los paisajes nocturnos de un sólido color mágico. Hay veces que lo hayamos buscando sus aretes en el fondo del mar, sirviendo de madrina de algún bebe abandonado a causas de los celos ciegos, o dándose un chapuzón en algún rio, mar o laguna, (apropósito, si la vieras nadando en Sonso por estas noches).

Pero bueno, son cosas de lunáticos, simplemente...

Aun que otro dato de la luna, que puede serte de interés, es su disponibilidad para alcahuetearle a sus amantes, de manera desinteresada, desde la magia de un beso, hasta el cálido pecado de pasiones innombrables. Y es que sabe dejar, en los más particulares lugares, citas inesperadas, sonrisas cautivadoras, paseos irrepetibles, suspiros a pie de boca y delicados brillos en los ojos cautivados, entre otros encantos más…
Es que, hasta cuando se las da de misteriosa y se esconde tras nubarrones nocturnos...

Pero bueno, como decía, son cosas de lunáticos simplemente...

Entonces, continuando, es así que se pasea todo el mes con su compañía, unos días desaparecida y después sonriendo con energía, a veces solo una sutil y casi imperceptible pincelada en el oscuro lienzo de la noche, otras una carcajada al universo, y por unos días la mejor luz para mis noches, para descubrir lunares, sonrisas, pieles… Porque es que todo cuerpo se ve mejor bajo luz de luna llena...

Entonces, entre la compañía, sus ahijadas, las largas charlas, los cuentos, las vivencias, las nostalgias, alegrías, pasiones y algunas indebidas compañías, aprendes a entenderle los secretos y aceptarle los obsequios...

Pero ya sabes, solo son cosas de lunáticos...
De amantes sobre el cuarto menguante…
De sombras que se materializan tras la sonrisa de un pecado…

Es así que Ella se introduce en mi cama todas las noches y reposa su existencia etérea junto al ático donde pernoctan mis pensamientos, aquel lugar de donde brotan cada uno de mis sueños. Y desde ahí, se va desvaneciendo poco a poco su presencia con cada imagen que brota de mi ser, pues como el aroma del jazmín en las noches, ella se impregna en cada sueño y cada idea.

Ella cruza mi ventana y se acuesta cada noche entre mis sueños, ella viaja hasta donde el mañana no alcanza; tomando mi mano, abrazando mi alma, ella camina con sus pies descalzos hasta el borde la colina y ahí, ahí me despoja de toda ansia y dolor, ahí me ama y me deja amarla a mi antojo y manera, ella viaja con cada suspiro y se me queda mirando fijamente a los ojos, ignorando el universo en que me convierte las noches.

Es así que me pierdo, entre las almohadas y las sabanas, entre su sonrisa, su mirada y su aroma; es así como me voy perdiendo en su conquista implacable de mis sentidos, como se apodera de mi atención, de mis preguntas, de mis ratos libres y mi no tan libres; es de esta manera que Ella está ahí, en la fina línea del adiós y la bienvenida, un poco incauta, otro tanto cómplice, mientras que yo sigo cerrando los ojos y dejando abiertas las ventanas de mi ático cada noche, tras verla sonreír.
 
En fin, simple y claramente son cosas de lunáticos…
 

domingo, abril 11, 2021

¿Un paseso?

¿Y si te aventuras y me dejas pasear libremente entre tus cejas, tus labios y la idoneidad de tu sonrisa, dar libertades a nuestras palabras y sin censura voz a deseos y sentires?

Tal vez un paseo en la noche, aprovechando la inmensidad de esta Luna plena; o quizás mas allá, en las profundidades de las madrugadas, aprendiendo de tu piel y silueta el mejor lugar donde dejar mis besos.

Un simple y corto viaje por nuestros pensamientos, un breve instante pa reconocernos y tal vez un buen comienzo pa sernos bien por un buen tiempo, a lo mejor, por mucho tiempo.

Ardes.

viernes, febrero 12, 2021

Cuando arranque la rumba.

Me encontraba sentado pensando que escribirles esta vez, cuando en el mix que sonaba en youtube arrancó ‘Tiempo pa’matar’, melodía que siempre me trae desde el baúl de los recuerdos, historias de esas cuando vivía el barrio, de cuando nos parchábamos en el muro de la esquina o en el rancho de alguno a charlar, escuchar música, tomar algo suave o esperando a que todos llegaran pa’irnos de rumba pa’lgún lado.
 
Me encontraba entre los catorce y los quince años cuando comencé lo que se podría denominar como ‘mi rebeldía’ (aunque este pecho fue más bien juicioso), la calle era el nuevo mundo que se me antojaba conocer y la rumba, esa jugosa y tentadora dama que se me presentaba con aroma de son, bolero y salsa, desde mi niñez; se contoneaba ahora frente a mis ojos cada ocho días, a mi alcance, ahí, a ‘pepicuarta’. Atrás habían quedado las fiestas de niños, las pequeñas rumbas en la casa de alguno de mis amigos o compañeros de colegio por su cumpleaños; ya era un adolescente con ganas de salir, rumbear y enamorarse al ritmo de una buena melodía.
 
Fue justo en esa época que empecé a volarme a los agüélulos, aquellas rumbas que distaban en buena parte de las actividades que en principio le dieron origen al término, lugares donde mi padre, tíos y tías, se pegaron sus primeras bailadas, pero que sin duda habían sido la base de estas rumbas a las que comenzaba a ir: reuniones en una casa, donde se limpiaba una sala, o algún salón comunal, donde se ponían par columnas conectadas a un equipo de sonido modular con consola, se cobraba entre una y cinco lukas la entrada y se ponía melodía de la buena, guateque y una tandita de ‘tecno’, ‘trasn’ y lo que asumo era champeta; eso sí, había que entrar su propio trago, porque allá no siempre vendían.
 
La rumba en esos lugares era sabrosa, se bailaba toda la noche, siempre había con quien, ya fuera del parche o no, eso sí, pa’sacar a bailar no bastaba la pinta, se tenía que mostrar que se hacía bien (aplicaba pa’mujeres y hombres); creo que de esa rumba viene mi costumbre de no sentarme en toda la noche cuando salgo a bailar, pues tampoco había sillas ni nada similar. Recuerdo que por entonces andaba sonando fuerte la salsa romántica, pero no solo la de alcoba, venia otra con más golpe, con un tinte particular, más movido. En esa época visioné más allá de Niche, el Gran Combo, Lebron, la Fania y sus artistas, conocí a la Mulenze, Pedro Conga, Willie Rosario, La Ponceña, El combo del ayer y los cantantes que habían sido éxito con todos ellos en su momento y ahora iban por su lado con lo suyo, solo por nombrar algunos. Y era que desde la noche de viernes se entraba en previa, ya fuera en casa de alguno de los parceros o en el parche del muro, donde nos reuníamos con alguna grabadora o un radio, escuchando las emisoras que entonces eran de buena salsa, lo viejo y lo nuevo. En esos ratos se aprovechaba pa’practicar algún paso nuevo y pulirse, fue en aquella época que aprendí a mover los pies a esa velocidad tan típica de nosotros los caleños; también, servían pa’poner al pelo al parcero que apenas estaba aprendiendo.
 
Entonces llegaba el sábado. Con el pasar de esos años, mi rutina ya era predecible en casa: a eso de las seis de la tarde comenzaba el proceso, se dejaba lo que se estuviera haciendo, si era visita, también, todos pa’la casa, a buscar comida, arreglar la pinta, obviamente todo a ritmo de música. En mi caso, me case con un tema que aun hoy día suelo poner cuando me dispongo a irme de rumba, ‘El mulato’: “Vo’a aponerme mi traje de seda, mis zapatos ya voy a brillar, vo’a coger mi sombrero de paja y pa'l pueblo me voy a vacilar…”. Y es que fuera la rumba que fuera, siempre había que ir pinchao, elegante y en mi caso, siempre de camisa y perfumao. Finalmente, se salía a las ocho, a parchar o de visita y sobre las diez era hora de al parche llegar.
 
Por ese entonces recuerdo que sonaban mucho las rumbas de ‘Ñiño’, un personaje que se especializó en montar rumbas de estas y sí que era bueno en ello; aunque no lo ocultaré, eran calentura y no solo por tener una melodía de lujo que lo ponía a uno a bailar sin descanso, también porque por esa misma razón, solía ser un lugar donde llegábamos todos: el gomelo, el parcero, el calmado, el bandido relajado y el bandido calentao. Al menos un par de veces nos tocó salir a media rumba, pero bueno, en ese entonces pensábamos que por la bailada el susto se aguantaba.
 
Esas, junto a las rumbas de ‘Campo’, siempre fueron las fijas, las que sí o si iban a estar disponibles por más desparchado que se anduviera, la rumba de barrio popular, la misma que a su manera bailaron mis mayores, esa donde nos bañábamos con salsa y que nos dejaba euforia suficiente, pa’que, de regreso a casa, le pusiéramos armonía a las calles de los barrios mientras caminábamos tarareando el tema de moda a ritmo de clave, dejando de a uno en uno en cada casa, hasta que finalmente llegaba a la mía, donde muchas veces encontraba a mi hermano y tío, que también llegaban de lo suyo.
 
Pero no crean que la rumba cerraba necesariamente el domingo a la madrugada, no mi gente, los domingos, sí se podía, se empataba con otras de otro tono e igual de sabrosas, pero esas se las cuento en la próxima.

Ardes. Henry.

De donde viene la salsa de este bailador.

Siempre he pensado que una historia debe tener un contexto, una época, lugar y pensamiento que acune su nacimiento y por eso quiero en esta primera publicación, contarles un poco del contexto que reviste las historias que les traeré en este espacio, vainas que salen de la experiencia propia, de las charlas de la calle y de la rumba, por su puesto. Algo de ficción y realidad.

Les cuento que lo mío es la música, varios géneros, no solo la salsa, pero si algo está claro pa’mí y quienes me conocen, es que no importa lo que escuche hoy o mañana, siempre lo elemental, lo fundamental, lo vital, esa esencia que revitaliza mi espíritu, será la salsa, con ella me alivio y respiro, me curo, como diría Ismael.

Nacido en un hogar vallecaucano promedio, soy la segunda generación de caleños en ambas familias, siendo pues, así como este ritmo que nos reúne, producto de una mixtura de razas y sabores de esta patria. Desde siempre en mi casa no faltó la música, por eso resulté teniendo buen oído y no solo para los géneros que danzan alrededor de la cultura de la salsa. Sin embargo, la noción de melómano como tal, no creo que sea la que me define, o a los integrantes de mi familia. No le damos tanta relevancia a esa precisión rigurosa que caracteriza a un melómano o coleccionista, aunque obviamente, sabemos lo que hay que saber y nos arruga la cara ver como confunden un Héctor con un Marc, o un Boscan con un Ruiz y así. Por ende, no, lo de la familia fue el baile, la rumba, salir al rumbiadero, el “aguelulo”, el balneario o cualquier lugar donde se pudiera bailar y llegar amanecido, habiendo expulsado todo lo que no sirviera, con los pies cansados, pero eso sí, en la más placida relajación, después de haber azotado baldosa con la mejor melodía.

De niño, crecí entre salsa, son, baladas, boleros, rumba, guaracha, porros y cumbias; en las fiestas familiares, bailando con las tías y las amigas de la familia, se fue agarrando oído y ritmo. Más adelante, cuando llegó la adolescencia, otro fue el sentir, la salsa romántica predominaba, pero las raíces del guateque seguían ahí. Del parche era el que bailaba, y varias veces el gancho pa’entrar a los parches de nenas en las “minitekas” o las fiestas de casa. Aprendí a desarrollar el arte de bailar y echar el cuento al tiempo, sin cruzar los cables, ni pisar a la pareja, aprender los tiempos, las pausas, los silencios y los momentos exactos donde se debe, sin presión, hacer que la pareja se deje pasear al ritmo e intensión del momento, un cobao, un amacice, un contoneo sabroseado.

Fue en esta época que conocí la calle, las rumbas que le siguieron al aguelulo, la fiesta de barrio, la calentura, la dinámica de la rumba, donde todos caían: los sanos, los pausados, los aletas y los bandidos; todos a purgar con rumba y a hacer levante. También fue la época donde conocí las “viejotecas”. E igualmente y hasta bien entrada la universidad, por supuesto, la rumba “crossover “. Sin embargo, ya en la Universidad entro una rumba más pausada, otra forma de sentir la salsa, de vivirla, espacios más sanos, donde sin dejar de sudar, se contempló a fondo el ritmo y sus raíces. Y como tristemente es real, la vida agitada de nuestra ciudad y sus dinámicas, me llevaron a alejarme de las buenas y grandes discotecas, por temor físico. Pero se hallaron otros lugares, espacios sanos que, si bien no eran la rumba que conocía, del aleteo bailando, eran sumamente agradables, un Zaperoco, un Tintindeo, Taberna latina y así, espacios donde la salsa es cultura, donde la rumba es cultura, donde bailar es sagrado, mis templos.

Dicho esto, puedo decirles que ciertamente no soy melómano, considero, entre lo que conocí, que el soye del melómano esta en sentarse principalmente a oír, detallar la cadencia de la música, identificar las voces y conocer las historias detrás de cada tema, cantante y agrupación, todo aquello que, aunque disfruto leer y oír, realmente no es mi pasión. Pero el bailador, el rumbero, que para mí es aquel cuyo objetivo es sentir la música posesionándose de su cuerpo, es sudar, es sentir cansancio, pero ser incapaz de parar de bailar, es no sentarse en toda la noche, porque la música suena, porque el tambor lo llama; ese, bueno, ese yo soy, un rumbero, un bailador, tal vez no el mejor, pero sí de los buenos, de los que son.

Es así mi gente, que, desde esta realidad, pretendo traerles historias de uno de los géneros más relevantes para esta ciudad que vive entre el rio y la cordillera, un género con el que uno se cura la vida, con el que se pasan tusas, se enamora, se divierten y algunos hasta nos conectamos con nuestra espiritualidad. Espero se la gocen tanto leyendo como yo escribiéndoles, hasta la próxima.

Ardes. Henry.



jueves, diciembre 10, 2020

Mar de leva

Oye Mar en leva
Vives recordándole al barrio, alegrando con tu caminao
que el simple suspirar del viejo bailador, que mira sin consuelo
se desborda con anhelo, cuando a paso altivo, hay buen contoneo.
Y en tu cintura, que en salsa salpimienta calles y aceras
se cuelgan las miradas y ansias, de transeúntes y forasteros
enamorados, no tanto del barrio como de tu salsoneo.
 
Ay Mar de mis amores, no te estrelles más en roca estéril
que acá hay playa, con dulces cocoteros,
donde sin esmero puede varar tu oleaje verdadero.
Ay Mar de mis amores ven a ver te digo, en plena franqueza
como este barquero y pescador sincero
en tu inmensidad se quiere dedicar a vivir en pleno.
 
Ay Mar de mis amores, no te estrelles más en roca estéril
 
Que acá yo me quedo con el resplandor de tu sonrisa en leva
que rompe el calor de la tarde santiaguina, dando vistazo al cielo.
 
Ay Mar de mis amores ven a ver te digo, en plena franqueza
 
Que espero cada tarde naufrague mi mayor angustia, al verte
y sea tu sonrisa hoy sincera, libre de penas y paraíso en alegría.
 
Alegría y salsoneo, va contoneando el mar de mis anhelos…
 
Melodía que desborda alegría, baña con su mirada mis mañanas, mis buenos días
 
Alegría y salsoneo, va contoneando el mar de mis anhelos…
 
Y ella bailando se la pasa, con una salsa en sus labios rosa,
 
Alegría y salsoneo, va contoneando el mar de mis anhelos…
 
yo envidiando no ser melodía de guaguancó, pa vivirle en la cabeza
 
Alegría y salsoneo, va contoneando el mar de mis anhelos…
 
No te estrelles más en roca estéril, vente con este barquero y pescador sincero
 
Alegría y salsoneo, va contoneando el mar de mis anhelos…
 
Ay Mar de mis amores, vara acá tu inmensidad y oleaje verdadero
 
Ay Mar de mis amores ven a ver te digo, en plena franqueza
en tu inmensidad me quiero dedicar a vivir en pleno.


Henry. Ardes.
 

Sutiles diferencias

Se me olvido quererte no es lo mismo que deje de amarte, lo primero fue por falta de práctica, lo segundo seria si ya no me importaras.

Por eso propongo el punto medio, el café de la tarde, mirando desde San Antonio a los demás en las mismas, y charlar.

O ver las luces titilantes frente al río refunfuñón, desde la altura de mi balcón, unos vinos y una charla ambientada con su rumor.

Pero el que aún me importes, tampoco implica que mi corazón te conserva como en el momento del primer beso en Los Cristales, o como esas tardes bajo el samán.

Solo son el buen recordar de las sonrisas y la gratificante sensación de ambos estando ahí, sin más razón que ver la tarde Santiaguina teñirse de un efímero adiós al Valle, mientras sabíamos que estábamos ahí, cada cual para cada tal.

Ardes.

lunes, julio 06, 2020

Adioses sin vicios ni samanes.


Estoy perdiendo el aliento, siempre pensé que lo terminaría haciendo por vos, pero mira como es la vida, me lo está quitando el tiempo frente a la ventana, viendo pasar las nubes plagadas de parvadas rumbo al atardecer, tras unas rejas negras que de vez en vez le sirven de tertuliadero a unos cuantos canarios y sin poder tocar el césped, ni bailarme un son, sin siquiera saborear los rumores de los samanes taciturnos.

Se marcha entre mis suspiros y sin siquiera algo del toxico humo de un pucho o un habano, solo así, purito, acompañado apenas de pretensiones, anhelos, murmullos, nostalgias e ira de esa dolorosa; es que ni siquiera con el cálido sabor del ron, ni la fresca caricia de la cerveza fría, porque tampoco hay pa calmar en algo ese adiós.

Claro que como bien lo sabes, el paseante irresponsable que se cruce con mi estampa en esa ventana, siempre ha de encontrar la sonrisa esa que vos si supiste descifrar, esa que me brotaba de la ira pa tratar de calmar los impulsos, esa pasiva agresiva que tanto odiaste; pero que pal incauto siempre ha merecido una respuesta amable.

Pero bueno, no nos desviemos, estábamos en que voy perdiendo el aliento en sanidad, sin vicios, ni siquiera el de tu ausencia porque ya tampoco la siento; simplemente es que lo estoy perdiendo y recuerdo muy bien preferir a ese respecto que, de ocurrir, lo haría entre tus brazos satisfechos o atado a mis letras despidiéndote.

Ahora se me pasa una golondrina y me sonríe con su vuelo, creo que la mandaron por lo que queda de mi aliento…


Henry. Aardes

jueves, mayo 28, 2020

Apertura

- Esa sonrisa se la robo a un ángel, estoy seguro - Recalcaba la razón, aun algo embriagada por la suave sensación que le había dejado su piel en las manos, al saludarla...

Y no era para menos, entre la beligerante actitud de ella, acompañada de su carácter fuerte, el temor que le envolvía a él, era terminar de hundirse en un paisaje que desorbitara su equilibrio y créanme que esa mujer reunía en si un contingente capaz de tomarle los más fieros fortines que, en su afán de continuar, había levantado con los restos de su vida.

La primera vez que la noto, esa misma sonrisa rompió la tenue iluminación de la sala y pinto el ambiente de un florido y rojizo humor, a unos cuantos metros y con un gesto sin esfuerzo, había rasgado el grisáceo momento y le hizo olvidar el motivo de su asistencia, todo con esa misma simple sonrisa, de esas que se ve en los labios y de paso también se siente en la mirada.

Minutos después, conversaban en el corredor, él embriagado por su aroma y el acerezado contorno de esos labios contrastando idóneamente sobre la blancura de su rostro, ella ignorante en medio de su estimulante entusiasmo, sin percatarse si quiera, al parecer, del tobogán en el que su interlocutor venia viajando desde que la noto en el salón; o tal vez si se daba por enterada y simplemente disfrutaba en silencio alimentar su vanidad oculta.

Después, se volvió cotidiano escucharle la voz revoloteando con una firmeza pausada, calmada, pero a la vez plagada de un fuego irreverente, que solía sellar con esa misma sonrisa; era así que podía atravesar la dignidad y al mismo tiempo curarla, como si esa sonrisa besará heridas hasta en el alma... 

- O tal vez no, tal vez se la incauto a un fauno o un íncubo, que se atrevió a hacerle frente perdiendo así sonrisa y corazón - reviro de nuevo la razón, tratando de argumentar lo indebido...

Pero no es perfecta, no; ojalá lo fuera, para así entenderla como irreal o artificial y descartarla fácilmente del paisaje, renombrarla como un elemento más de utilería en esta secuencia de escenas; pero no, no lo era, ella por el contrario era simplemente idónea, en el debate, en la confidencia y más peligroso aun, en medio de la cadencia de un bolero y siguiendo el compás de un tambor, donde, toda ella estallaba en una alegría que parecía aumentar exponencialmente al lograr sincronizar el ritmo del baile.

- No, pensándolo mejor, si se la tiene que haber robado a un ángel - resignada dejo escapar en un suspiro finalmente la razón.

La última vez que la vi - intervino él - recuerdo haber perdido por un momento de vista su sonrisa; la tarde cálida se prestó como lienzo para pintarle una grata conversación y en un breve momento ella paro de sonreír para ver el cielo, entonces fue ahí que mi razón se resignó, al verle de fondo las nubes y el celeste tapiz y sobre él reposando su silueta, mientras los ojos parecían estarse consumiendo el paisaje para alimentarle el alma; simplemente no parecía ajena a él. Así la razón refunfuñando guardo silencio y le dejo escribir.

La noche pareció embriagarse de nuevo con el aroma de ella, la memoria le trajo de antaño aquel primer momento y con un rumor de música de fondo, colado desde el mar, destapó aquel cofre que por años había conservado cerrado sobre la mesa de noche, la que guarda los sueños imprudentes, los impronunciables, los más inapropiados de expresar, aquellos que hasta pueden guardar temores y recelos; de ella salieron entonces, danzando y con la misma alegría de su patrocinadora: sentires, suspiros, sonrisas y estas letras que hablan de aquella que seguramente le tomo prestada la sonrisa a un ángel, para ser idónea y no perfecta, para ser un rastro del cielo en este paisaje terrenal, para arrancar suspiros y sosiego, para sacarle a pasear los sueños a este interlocutor...


Henry. Ardes.