martes, febrero 26, 2019

Segunda Respuesta.

En aquel espacio etéreo, laberinto de palabras de cajón, bajo el torbellino de besos discordantes que confunden el placer con el amor, esos que profanan la claridad de la franqueza que esgrimen labios comprometidos con el corazón; ese mismos laberinto iluminado por las ridículas luces de lámparas carburadas por mentiras y desazón, entre ese laberinto he caminado yo, entre esas paredes rimbombantes se postro mi corazón dolido, entre ellas también descanso algunas noches mi pecho abierto y sangrante, bien atendido por labios placenteros aunque insípidos.

Vague por él durante años, camine sin rumbo solo para conocerlo, para aprenderlo. De vez en vez logre avistar placidos paisajes fuera de sus paredes quiméricas y me acerque a ellos para descubrir que muchos, que lucían como salidas, eran tan solo caminos unidireccionales que terminaban dejándome unos pasos más adelante tras un nuevo y enmarañado muro, mientras otros, confesare, solo los perdí de vista por seguir deambulando, por mi afán y mi ánimo de conocer, así como por pensar que solo me volverían a dejar un poco más perdido de lo que andaba.

Pero entre sus paredes también paso lo que no imagine, aun estando perdido entre cuerpos y besos sin sentido, encontré amor, encontré soledades enamoradas de su libertad viciada, que al cruzarse efímeramente con los furtivos rayos de Luna, se perdían en románticos instantes donde al encontrar de ojos, al tocar las cicatrices palpitantes del otro, amaban, amaban sin restricciones y lograban desaparecer de él. Transité tanto aquel lugar, que puntos más o puntos menos me lo aprendí, así salí.

Ahora, caminando por mis días me encuentro entre tus labios la grisácea esencia de aquel lugar, la nociva consigna que apresa un corazón y lo esposa con espinas; palabras que tantas veces escuche entre aquellas paredes auto impuestas pero compartidas, palabras que hoy no repetiría, pues ya no les encuentro causa.

¿Y es que Sabes? En aquel lugar aprendí amar, aprendí a dejarme tocar el alma con una lágrima, a sentir el dolor del amor real (el ajeno y el propio) y no el espejismo que nace de quienes, en su simplicidad y huyendo de la realidad, hicieron que comenzáramos a pagar por el amor y le pusieron reglas y estándares. Aprendí mi apreciada musa, que no ama realmente el que no se entrega, que uno no ama solo con palabras, que no se ama solo con suspiros y caricias ligeras de pasión, mira que encontré la diferencia entre un amor y un romanticismo. 

Por eso hoy creo que sangras cuando olvidas los matices y solo contemplas los extremos. Amantes hay muchos y para todo, sin embargo aún quedamos quienes cantamos al amor, disfrutamos su llegada y le damos un beso profundo a su partida, quienes amamos a plenitud y consecuentemente, no con temores “reales”, tampoco dejamos el amor solo en las manos de cupido, sino que tomamos por nuestras propias manos el cuerpo de nuestros amantes y compartimos en plenitud la pasión y el amor que nos rebosa. Es que mi musa, hay otro tipo de personas, los que amamos en realidad a lo real.


Henry. Ardes.