lunes, febrero 12, 2018

Carta de testimonio

Tomo el lápiz y empiezo a esbozar un paisaje con mis letras, a incrustar en esta realidad un paraje donde repose la idoneidad de un momento y entonces, entre la leve niebla que cruza ese valle, se descubren tus pasos, tus pies blancos que contrastan con el verde vivido del pasto en roció, entra en escena tu cadencia, tu sutil figura que se adueña de la madrugada. Y así, se convierte en recurrente tu imagen entre mis palabras; hoy, vestida de blanco, con un velo que apenas opaca la tentación de tu piel; ayer, danzando entre las verdes hojas de un samán; la semana pasada sentada bebiendo un café frente a mi protagonista… Así, insólitamente apareces con el tacto de mi lápiz, te bañas en mi inspiración y dejas impregnada tu esencia entre mis letras, en mis palabras, te vas adueñando de cada momento de mis escritos.

He intentado correr, disfrazar tu rostro con la imagen de quien más cerca se encuentre, de quien más se ajuste a esa nueva idea, pero no, no funciona, se nota tu ánimo, sobresale tu sonrisa. Consulto mis almohadas para conocer quien conspira, pero me alcanzan mis sueños y puedo jurar que te he visto como espectadora entre la multitud que me ve volar, correr, bailar y otras cosas más entre ellos. Comienzo a dudar a quien responde mi inspiración en este momento, empiezo a pensar en cómo la imagen ausente de un ser, acompañado eventualmente por una voz y unas letras, entra esta noche de nuevo a hacer suya mi más íntima acción.

Pero ahí no paras, no, lo más insólito es que ahora no puedo dejar de pensarte en aquel velo blancuzco, descalza entre mis valles, caminando por mis pensamientos y descansando en las simas más encumbradas de mis relatos; y me gusta, me encanta ver como esa imagen puede acoplarse tan correctamente a un paisaje que solo puede habitar en mí y me encanta ver a esa pequeña proyección apropiarse de mis escenarios.

Detengo mi lápiz, hago una pausa, paseo con una cerveza en mi mano por el apartamento, descanso en la ventana y le sonrió un rato a la Luna, para finalmente sentarme de nuevo frente al papel, retomando mi lápiz y esta vez encuentro al sol saliendo tras las copas de los árboles, estirando sus rayos que sutilmente van tiñendo las aguas del riachuelo con su dorado y va calentando las orillas de su cauce, sus piedras, mientras evapora el roció que aun yace en las hojas de las plantas. De pronto, tras una de las rocas, sentada en la orilla, estas, con tus pies inmersos en el agua fría, mientras con tus manos sostienes aquel vestido blanco, y con un gesto sonriente, giras tu cabeza dejando caer el cabello para que tan solo sus puntas se mojen en la corriente…

Debo parar, o más bien quisiera preguntarte: ¿Debo parar?... Tal vez esa incertidumbre de no saber la comodidad de tu sonrisa ante esta irrupción insólita, es lo que me constriñe la inspiración. Y se me ocurren más estrategias para evadir tus incursiones, al igual que otras de cómo conseguir tu beneplácito y continuar teniéndote al tacto de mi lápiz, caminando en mis relatos, navegando entre las letras que me liberan.


Henry, Jr.