Entre las sabanas siento desaparecer mis
pensamientos, se van perdiendo en los pliegues de la oscuridad del cuarto, en
las sombras anónimas que escoltan mi cama y mi sueño. Siento que mi cuerpo se
desvanece por fin en la calidez de mi cobija y se aísla del invierno gélido que
me ha venido robando lo que resta de mi calor tropical, esa sensación de sol
ecuatorial. Y por fin entro en el manto de posibilidades infinitas, en el mundo
donde desaparecen los imposibles, donde sostengo sin cansancio mi libertad
absoluta.
Pero antes de entrar a los predios de mi buen amigo
Morfeo, la sentí, la olí, la escuché susurrar. Mi rostro debió ser de sorpresa
al encontrarme con su espalda y por supuesto también por la posibilidad de
poder abrazarla y sentir su corazón entre mis manos, mientras ella aprendía a
reconocer el ritmo, al que marcha uno de esos corazones reprimidos, cuando se
le tienta con su mayor anhelo. Detuve el respirar e intenté continuar
compactándome el pecho para no estallar en suspiros. De repente, en un acto
imprevisto, su cuerpo giró y mi corazón se pronunció dentro del suyo. La
solidez de su ser fue atravesada por mi etérea existencia en ese cuarto; por un
instante sus labios fueron un beso profundo; sentí que mi corazón se deshizo en
palpitaciones, desfasándose del universo. Con esa sensación alucinante cerré
mis ojos y con un suspiro me alejé de su piel y al abrirlos me encontré de
nuevo con aquellas sombras anónimas a los pies de mi cama. El sueño, entonces,
se volvió esquivo, la sensación tan real y vivida de ese evento era
desconcertante. Mi mente había jugado tan sucio como nunca antes.
Con el insomnio presente solo restó el balcón para
refugiarme, pues a pesar del frio despiadado era necesario desahogar esa
impúdica sensación que me ahogaba y con tanto exceso de soledad, era la luna o
el silencio, el paisaje o su cuarto prohibido. Y ahí acorazado dentro de tres
capas de ropa, invoqué a Silvio y al tentador humo de un tabaco que me
calentara los labios, ahora helados después de haberse fundido con los suyos,
fuera sueño o evento sobrenatural. Y tras la música casi imperceptible que me
acompañaba, se levantó un sonido más claro y delicado; una guitarra que rasgó
el silencio tan sutilmente que sosegó el dolor de esta angustiosa impotencia.
Las notas se colaron por las rendijas de la puerta,
por la chapa y las ventanas; se internaron en mi apartamento y como un sabueso
tras un prófugo, me alcanzaron. Sentí su música como si sus manos hicieran luz
ante mi rostro. La melodía tenue se llamó igual y mis labios solo podían
mencionar su nombre, que ajustaba en cada una de los acordes que llegaban.
Y ahí estaba, justo frente a mí, tan cerca como el
vaso de vino o mi tabaco, pero a la vez tan lejos, como la luna en mi balcón.
La melodía era un arpegio delirante y melancólico, su corazón triste se
manifestaba. Yo ya había aprendido a identificar su ánimo por las notas de su
guitarra o su saludo en las mañanas, aprendí a leer la música de su guitarra y
las sonrisas del desayuno en la cafetería. Esta noche no sé qué era más triste,
si mi posición incapaz y solitaria o aquello que desataba su inspiración en tan
conmovedora melodía, que a pesar de su naturaleza, alivianaba mi estado.
Entonces tras las cortinas de su balcón se asomó una mano, como acariciando al
viento y mis ojos dejaron de contemplar el humo para intentar encontrar su
silueta…
Desde el primer día todo pareció conspirar para
encontrar su existencia en mis días: desde la arquitectura del edificio, que
permitía que nuestros balcones coincidieran en un ángulo perfecto y así poder
encontrarnos en los días soleados, para compartir a distancia un callado café y
un cigarrillo, unas palabras y unas risas; también eran cómplices la cafetería
donde coincidimos mañana tras mañana a desayunar; o las veladas casuales
bañadas de bohemia y el ascensor con sus eternas pausas, en las que iniciábamos
charlas que terminaban en el sofá de alguno de los dos, evadiendo su estatus de
“ajena”, tratando de ocultarlo tras el humo del cigarrillo, hasta que la
realidad llamaba a su móvil o a la puerta.
… Su silueta rompió el capullo de cortinas y ella
salió cadenciosa, cargando su guitarra mientras la melancolía saltaba de sus
labios convertida en lágrimas. Sentí entonces mi corazón enfriarse sin importar
las capas de abrigo que me rodeaban, mientras ella tan ligera, con poco más que
su piel, se entregaba al frio tanto como yo querría que lo hiciera a mis
brazos. Una mirada bastó para entender que hoy su soledad la embargaba; si lo
sé yo que duermo con la mía cada noche, desde que me perdí en su mirada y rocé
sus labios por accidente hace semanas. Decidí entonces despachar a mi silencio
- ¡No pares de tocar, que después de tu voz, es la melodía que mejor acompaña
mis sueños! - me miró sorprendida, sonrió y con su rostro pareció consentir mi
compañía a su lado. No lo pensé mucho y tan solo abordé aquel balcón, sin
importar la altura y la distancia entre ambos.
Ofrecí un poco de tabaco para compartir como
siempre, pero su soledad me abrazó y la humedad de sus mejillas se marchitó en
mi chaqueta; su cuerpo tiritaba de frio y su aliento era rojizo por el vino.
Tomé la guitarra y su cintura y las dirigí hacia el sofá. Ante ella no soporte
la cobardía y lo inapropiado de mi sentimiento justo ahora… … sus labios se
aproximaron tan rápidamente a mí, que sentí romperse un cristal, mis labios se
volvieron a sentir cálidos…
El beso rompió el silencio de nuestro sentir, de lo
impropio y lo negado de mi destino junto a ella; su dolor se convirtió en
satisfacción y placer para ambos y una a una fueron perdiéndose las tres capas
de ropa que me cubrían. La sensación cálida de pasión se contrasto con la
corriente fría que se colaba por el balcón, haciendo estremecer la injusta
ocasión de encontrarme sobre su pecho, sin poder exigir la igualdad, tan solo
para lograr su ser…
Los sentimientos callaron, aunque doy fe que la
amaba tanto como entre mis sueños, pero la vergüenza de nuestros cuerpos
desnudos, tan solo nos dejaron acompañarnos sin pecado. Sus ojos nublados por
la melancolía, por la nostalgia y los míos en la extrañeza de un evento
sorpresa e increíble, no permitían que se cruzara ese límite tan deseado.
Entonces, la posibilidad de la fantasía de mis sueños llegó ¿sería uno acaso? o
¿tal vez mi mente terminando de jugar conmigo?, con este pensamiento me sumergí
en sus labios de nuevo y la tomé entre mis brazos, como un niño que se aferra a
lo más querido; no importaba ya la respuesta de esas preguntas, fuera realidad
o sueño lo viviría hasta ver el sol romper por la ventana, así que tan solo
deje que la noche se marchitara como sus tristezas entre mis brazos y el calor
cándido de nuestra compañía nos arropara como una cobija sin corromper. Seguro
más que mis deseos, mi cuerpo se llenaba a su lado de otras cosas que no
merecían ser dañadas.
Una suave calidez se presentó ante mis pupilas y el
sol me dejó ver su perfil borroso y semidesnudo, balanceándose en aquel sillón
frente al sofá; con la guitarra en sus manos cubriendo parte de su piel,
interpretando un ritmo más suave y armónico que el de la noche anterior. La
calefacción puesta y mi cuerpo cubierto por una manta, hacían más difícil el
poder levantarme. En ese instante ella se percató de mi conciencia y me sonrió
mientras paraba de tocar, entonces le repetí – No pares de tocar, que después
de tu voz, es la melodía que mejor acompaña mis sueños – y ella continuó deslizando sus dedos por las
cuerdas, hasta que la realidad me obligó a volver a mi cotidiano, a entender
que su sonrisa partiría de mi vista y volvería a su hogar para cuando regresara
de nuevo a casa.
Siempre me encantarán los balcones, el vino y el
humo de un buen tabaco que me dibuje siluetas al término de un día pesado,
tanto como la compañía cada noche de esas notas junto a mi cama, al lado de mis
sombras, tras su silueta ¡etérea!
ARDES.