La columna de humo sutil y de apariencia sedosa,
partía el panorama de la ventana en dos, una segmentación que aromáticamente
armonizaba con el vaso de vino a medias, armonía viciosamente estimulante.
Mientras tanto el viento raudo de los farallones se desprendía del rió,
diluyendo el humo, que parecía correr a ocultarse en el vaso, librando mi vista
de su velo, permitiéndome contemplar las antorchas parpadeantes de la ciudad
tendida a nuestros antojos sonámbulos, mientras murmulla hasta acá los jubileos
de una noche de viernes que ya se extinguía, habíamos comenzado muy temprano.
Me sedujo entonces el exterior del balcón frente a la
ventana, mas que la aparente protección de la casa y decidí plantarme en él
junto a las materas, mientras se quemaban las ultimas canciones de la lista,
tratando de calmar las ansias de acabar con la cajetilla de Andrés, claro que
si me aferré a las intenciones de engullirme el resto de la caja de vino. Paso
el rato y la soledad ya era callada y mientras los demás, embriagados, subían
rumbo al cementerio delos sentidos, yo preferí quedarme meditando mis palabras,
para sorprender el momento.
Solo desprendí los ojos de mi luna incondicional, al
encontrar en el camino una silueta iluminada por la ligereza de su luz, contagiándole
el rostro de una cálida palidez; sus pasos se impusieron en el pavimento con
una aparente firmeza sugestiva, sumando estimulantes a mi ya embriagada
condición. La calle sucumbía al frío de la temprana madrugada y sus pasos eran
los únicos violadores del silencio de mi soledad, la lumbre de un cigarrillo
caduco, me excuso para llamar su atención, aunque ya me había encontrado con su
mirada.
De impulso, como para variar en mis decisiones,
descendí del apartamento para encontrarme con sus palabras y truncar la
monótona conversación con mi soledad, entonces sus labios modulaban lo que su
disfoníca garganta intentaba decir, afectada quizás por su rumba y la brisa
nocturna; anticipadamente le ofrecí un dato, acompañado de un trago,
gustosamente aceptado.
Con ella en frente fui mas meticuloso al observarla,
consintiendo con mis ojos la apropiada forma en que se descolgaba su falda,
blanca y larga, la cual hormaba genial a sus caderas y la blusa suavemente
sostenida de sus hombros claros, desnudos, lo cual permitía ver la longitud de su
estilizado cuello, tan solo adornado por un diente aserrado que parecía flotar
sobre su pecho tiritante por el frió, del cual no parecía quejarse.
La verdad la conversación fue mas bien corta,
sentados en el anden, la aparente extasíes de ambos, aumentada en mi por su
aroma dulce y su aliento enrojecido por el vino, nos llevo a un confuso
intercambio de palabras que se transformo rápidamente en un raudal de mimos incontenible
espontáneos, como lo era la confianza de nuestras frases, algunas íntimas; su
presencia no me era extraña, su voz, su aliento, su rostro, me eran tan
familiares. Y se agudizo más el silencio a nuestro alrededor, mientras
confesábamos nuestros haberes, a la par que se desvanecía la cajetilla de Andrés,
al igual que el vino, el cual fue sustituido súbitamente por nuestros besos,
los que me eran más familiares a cada momento.
La soledad tangible en sus palabras, se compartió con
el viento, otro de mis cotidianos compinches, al cual, en un pason, deje su
cabello oscuro para divertirse. No habrían pasado más de una hora y ya ambos
reposábamos en el balcón, reparando nuestros cuerpos sin más contacto que el
que nuestros labios podían hacerse mutuamente.
La antes concurrida sala ahora contaba tan solo con
el cuerpo desvanecido de Carlitos, quien era, en ese momento, un elemento más
de la decoración. Con el universo conspirando, mi voluntad no fue más vulnerada
que por las palabras secas de infamias irrelevantes, por lo que decidimos
sustituir el vino ya ausente, por un tinto para calentarnos, sin querer
llevarnos un tanto mas lejos de lo que podríamos estar dispuestos a responder.
El paso casual de ella rumbo a su, hasta ese momento,
obligado destino, resulto en un cálido encuentro que no se dejo profanar. Ella
desapareció con la ultima estrella y Yo me desplome con la llegada del sol, no
se que seria mas curioso, si su espectral aparición o mi fantasmagórica
ausencia. Y al pisar de nuevo cada vez aquel balcón, llega a mí nuestras voces murmurando
las notas que surgieron de nuestros labios, mientras me enamoraba de la luna y
su aijada casual, que me encontré detrás del humo del cigarrillo, rumbo a la
mañana.
ARDES.