La complejidad de todo
esto radica en el fino pilar que sostiene mi amor por ti. Y es que quiero que
entiendas que aquello que amo de ti, es más que la simple textura de tu piel,
ese suave terciopelo que arropa mis noches y en la que duermen placidas mis
manos extasiadas; o lo delicado de tus cabellos, en quienes se enreda el viento
para jugar un rato y en los que además adoro ensortijar mis dedos; tampoco
fundo mi amor en la fresca firmeza de tus senos, que son como un trampolín a la
gloria; ni en la brillantes de tus oscuros y profundos ojos, con sus finas
pestañas; ni siquiera en la naturalidad de nuestros momentos o su posterior
silencio acogedor.
Amo mucho más de lo que
mis ojos ven, mis labios besan o mis manos tocan. Y es que al amarte no me
limito a la idoneidad de tu cuerpo y el mío, o a su sincronizado ritmo en los
momentos, tampoco a la pasional forma en que manifestamos dicho sentimiento.
Simplemente es que amo todo lo que está detrás del escenario: adoro tu sonrisa,
pero amo la alegría que refleja, la simpleza que manifiesta y la fuerza que le
impregna a mis días; disfruto tu compañía y tus palabras, pero amo la idoneidad
de nuestros pensamientos y la magia que tus labios despiertan al modular; me encantan
tus pies, pero amo la firmeza con que pisas tus caminos y la inocencia con que
los veo partir de mi lecho; me complace verte leer, pero amo la serenidad que
trasmites mientras te sumerges en los mundos que visitas. Amo así todo con lo
que me complementas, cada herramienta con la que nos construimos.
Es así, como quiero que
entiendas en que consiste mi ejercicio de amarte, que trasciende la explicita
sensación de tenerte a mi lado, cubriendo cada recodo de nuestro espacio, hasta
los silencios. Es que en ese “esto es lo que hay” me encontré un universo de
sensaciones que alumbraron mi vida, aun en las más fieras tormentas. Así te
amo, así te amare y así dejare volar las aves que ahora te escoltan.
Ardes.