He calculado las mordidas y
demás heridas recibidas y otorgadas por mí en cada batalla, emboscada y/o
encuentro, de las bohemias licitas e ilícitas, claro que el saldo, como es
frecuente en cualquier confrontación, no es reconfortante, pero es grato
recordar las cálidas mordidas de labios azucarados de sabores viciosos. Este
recuento me ha llevado a identificar la existencia de un grupo de castas de
noctámbulos comediantes, enmascarados cual histriones, camuflados en papelones
diarios y que igual a nuestros primos voladores, alimañas y otros mamíferos, se exponen al anochecer, aunque a unos
pocos es posible encontrarlos a la luz
del día en ciertos recovecos citadinos.
Vampiros, licántropos, brujas y hechiceros o magos (como
prefieren llamarle “algunoz”), solo por nombrar los más destacados y cachetudos
personajes, pues existen otros menos agradables semejantes a goblins u orcos, o
hasta a sanguijuelas gigantes, y quien sabe cuántos más engendros sociales,
igual todos monstruos de arquetipos ensamblados por extrañas elocuencias,
frutos de vicios sociales permisivos en exceso, hasta para sí mismos; ellos se
discurren por las sendas citadinas, perdiéndose entre el “común”,
morfoparlando, extraña palabra, ¿no?, pero es así, formando verborrea o labia
capaz de convertir tu virtud en el más ciego defecto y estos en los más
invisibles comportamientos, ensamblando con sus palabras un escenario
conveniente...
Cuando entro, las puertas gruesas de madera y
marco metálico le eran familiares, como de otra vida presenciada, los cuartos
antiguos, adornados metódicamente a la moda, mantenían la esencia; las paredes
pálidas, posiblemente blancas, despojaban de ardor los cuerpos saciados de los
presentes, quizás tratando de mantener un equilibrio entre la tenue
iluminación; la madera del piso lo motivaba a retorcerse en él y descansar de
la noctámbula y agitada jornada de la que llegaba, sin embargo debía protegerse
de Ella, aquella mujer sorprendida en la barra tras un cóctel y que súbitamente
había capturado su compañía en aquel lugar del cual venían; y debía protegerse
al concederle sus abrazos, mientras acentuaba sutilmente sus atributos para
mantenerlo a raya a Él, el otro candidato, quien intentaba destacar sus
virtudes, con lo que parecía ser un complejo movimiento de cortejo
(comportamiento primario de época de apareamiento, pero en él, caso fallido).
Ya que el tinto desbordaba de su boca al no caber más licor en su cuerpo, solo
ansiaba recostarse en su torso sin ser víctima de sus labios enrojecidos por el
vino, imagen sugestiva que semejaba la boca del predador, que recién ha
propinado el mordisco a la víctima incauta de esta noche, el cual era quizás el
caso, todo cuestión de tiempo y método.
Postraron sus intereses en la sala, arremolinados por
el licor, los cigarros y la música capciosa del anfitrión, lejos de aquel
exótico ejemplar (que pudo ser o no un espécimen de nuestras castas) que se
había quedado contoneándose cerca de la barra. El calor de la noche veraniega
se descansaba en el viento vertido por los farallones; la temperatura candente
que aumentaba con el ímpetu de las hormonas embriagadas, se mantenía por los
constantes movimientos de la danza subliminal. En un descuido encontró que Ella
parecía sucumbir a la lengua diestra del intelectualoide, -- necesariamente un
ñoño más que otros, pero no como otros (no hay que generalizar), pero ágil
compositor de versículos acomodados y en algunos casos (los más perversos) solo
copias burdas y descaradas de autores ocultos del mercado común -- sin embargo
sus tentáculos verbales se comprimieron bajo los tacones de Ella, su inútil
intento de hacerla presa termino invertido, al ser abandonado después de
asestado un zarpazo más contundente que la misma garra, el del aliento seductor
de una mujer, que te madruga a la iniciativa y también a la partida, dejando
tus labios flotando, besando solo el humo de su cigarrillo, sin ni siquiera
sentir su aliento...
El ñoño, quizás un simple vampiro en este caso, pues también
puede presentarse en otras manifestaciones bestiales o castas y al parecer es
una característica de todas ellas, suele ser en sus más bajos niveles, como
aparentemente era el caso, presa de presas y paso obligado de muchos para
alcanzar al cazador; nos evidenciaba una estratificación dentro de cada una de
las castas, y había permitido generar un perfil primario de Ella, con ese
movimiento seguramente una vampiresa...
Este individuo había asesinado su propia jornada de caza
al fracasar enfrente de todos, así le quito un obstáculo de encima. En ese
momento se engendró la duda, presa o cazador, hasta ese instante había
intentado mantenerse como el observador, aprendiendo y degustando al prójimo,
pero ya era cubierta de su espalda y prósperos eran sus dedos en su abdomen, ¿sería
nuestro nacional VanHeelsing presa de Ella?. La sala se cobijó por el aliento
de los presentes y el clan aliado de la víctima se desorbito por la perdida, la
manada inicio una acción de encubrimiento para disipar la atención de los
terceros, esto actuó a favor de Él (nuestro infiltrado), excusándolo para
partir al patio, aún más poblado por las intenciones subcutáneas de sus ojos y
las de otros que también trataban de dejar el calor de aquel ambiente saturado
de éxtasis y ansiedad, de esta criptofauna urbana, de curiosa y sencilla red trófica,
pues todos nacen presas y pasan a predar (bueno, es lo ideal)...
No inventare quimeras, siendo biólogo considero que las
características destacadas de estos personajes son coincidentes con la
descripción especifica de estas criaturas del imaginario colectivo, aunque
ahora no le concedo tanta veracidad a esto de imaginario (con el respeto de mis
colegas) y sus diversos comportamientos dentro de cada casta se debe a su nivel
y estatus. Así que excluyendo las aberraciones más repulsivas antes
mencionadas, intente descifrar donde cabían nuestros personajes, comenzando por
el vampiro, un ser sediento de sangre y que como un tiburón, es controlado por
su frenesí, llega a un momento en el que no piensa, se nubla por su sed;
comportamiento que suele variar con el sexo, porque ellas, las vampiresas, son
a mi parecer más peligrosas, pues enmascaran bien sus hábitos y las de más alto
nivel son las maestras, saben utilizar ese frenesí a su favor, a ellas las
evito lo más que pueda, no obstante, sinceramente he sido presa más de una vez,
aunque en algunas he salido librado y en otras nos hemos cazado y devorado
mutuamente...
Ella no era una vampiresa mayor, pero exhalaba su aroma
ardiente, que lo halaba a su lado...
En este instante se me aparece otro “estereotipo”, los
canidos, los licántropos, pero la sed de un lobo era también más fuerte que su
temple, quizás similar a mis impulsivos momentos, pero la sutileza no es su
herramienta, suelen manifestar esa pasión animal a flor de piel y ese puede ser
su mayor atractivo. Aquel personaje es noble pero furioso, no reconoce su
elemento, son pocos y extraños, debe ser porque se dejan ver cada mes. No,
definitivamente Ella no, ni El, no...
EL calor del ambiente pareció relajarse de nuevo con una
brisa de madrugada colada por las paredes, fresca, algo fría, sorpresiva y
evidentemente aprovechada; la anterior tensión, de ser casado o cazar, pareció
desvanecerse en el momento, ambos coincidieron en extender sus palabras...
Entonces asomaron el hechicero o mago y la bruja, los
vampiros se basan en sus encantos efímeros, los menores se elaboran redes verbales
cual araña -- quizás algo similar a los intelectualoides -- , pero esas son
cortadas por neuronas estimuladas; de los lobos ni pensarlo, quedaban solo
estos dos personajes, metódicos, estrategas, selectivos, conspiradores,
tejedores distinguidos, con lenguas doradas en los más altos representantes y
de plata en los demás, generadores de la más afable confianza, temerosos de
encontrar el punto que los corrompa (a cada cual en su modelo)...
Así se empezó a construir el festín, preparando
las porciones de libido para emplearlas en el momento, ya muchos posaban con su
presa o su predador, mientras ella se quedó como elemento de su experimento, al
final salve mi faena, y devore los labios de vampiresa sedienta, mientras ella
trataba de propinarme un mordisco contaminante, que agónica logro.
Henry.