martes, abril 10, 2018

Sin principio (02-10-017)


Por donde empiezo a contar este cuento, la historia de un beso perdido, o uno ausente, o la memoria rebelde que no obedece. Por donde podría iniciar el relato de mis horas en la oscura inconformidad de la ausencia, de la mañana fría y de la cama inmensa. Tengo dudas sobre donde quedarían mejor ubicadas estas palabras, si las trueco con el viento o las mando vía exprés por mi almohada al reino de Morfeo; claro está que se corre el riesgo de que lleguen a tus oídos o ante tus ojos y terminen usadas como un reproche de tu recelo.

Quizás podría iniciar con la escena típica de los extraños sentados en la banca del parque; o más cliché aun, con un café y el humo de un cigarro; o mejor decir algo más real y hablar de una parvada de azulejos, que se disfrazaron de cupido y cruzando los andes, nos dejaban en aquellas ventanas suspiros entre líneas, besos y los más indecorosos deseos.

Tal vez hablar de una carta a medio abrir dejada entre un cuaderno, o una cita disfrazada y anestesiada con vodka, que cerró con una serenata al oído; también podría hablar de un encuentro casual en una fría madrugada de abril, caminado por alguna de las calles del oeste; o irme al otro extremo y narrar un encuentro embriagado de salsa, algo de ron y una sala solitaria que fue redescubierta por nuestros cuerpos desnudos.

Es que al parecer las notas que me inspiran aún no se conciertan o se están perdiendo por diversas razones. Anoche por ejemplo, tire algunas nostalgias porque ya sobraban, habían caducado, tenían vencidas sus fechas y podrían hacer daño a algún lector desprevenido que pudiera leerme. Creo que fui inocente al pensar que no tendrían fecha de expiración, que por mucho más tiempo serian materia prima de mis expresiones. Pero el problema no es haberlas descartado, es lo difícil que últimamente cuesta encontrar ojos que las alimenten, labios que las estimulen, pieles dignas de su existencia. Termina uno con un mar llenó de falacias y ficción de la maluca, que semejan medusas, que intoxican a los peces.

Evidentemente hoy los duendes andan emancipados, huyendo, escondiéndose o tal vez correteando a las musas junto con los sátiros. Supongo que ya esta noche no regresaran, al igual que tampoco lograré encontrar el comienzo para narrar un final, y me niego a salir de cacería, lo más seguro es que termine encontrándolos y compartiendo sus vinos y ocio. Seguramente guardare esta mixtura para otro espacio donde pueda sosegar…

Como sea, no encuentro el comienzo idóneo, la nota exacta, la musa indicada.


Ardes.

Contémonos…

Cuéntame una historia con tus miradas, o un poema con tus sonrisas, o simplemente dejame escribir en tu piel y labios, el relato de cuando te apoderas de mi mundo en las madrugadas, o aquel que narra la infame ausencia de tus palabras.

Suelta un minuto la obstinación, y deja entrar el trinar que se engendra desde mis versos y aun canta, a expensas de tu nombre, sueños que armonizan mañana, tarde y noche.

Dejate tocar de nuevo con la ligera y sutil nostalgia de mis palabras, sin alardes, ni injurias, ni falacias, tan solo con su pretencioso tono inofensivo, que se quiere permear por tu piel.

Contémonos un cuento sin perjurio, sin afán, sin supuestos. Continuemos el relato donde lo dejamos...


Ardes.


Extasíes.


Reconozco tus labios, los he visto rondar por mis lugares preferidos. Y veo igualmente su idoneidad, los encuentro propicios para usarlos de trampolín y zambullirme entre la plenitud y tibieza de tu pecho, en la suave sensación que tu piel genera.

A diario vago por la sensualidad de tus miradas y de tus siluetas, pero sin duda son ellos los que siempre termino yendo a visitar. Es su textura, es su carnosa complacencia, es ahí donde nace mi camino, donde preparo mi jornada, donde se aprestan nuestras pasiones, son tus labios los que mejor me conocen.

Desde ellos me lanzo por tu cuerpo a emancipar tu piel de la odiosa opresión de la ropa, para solo dejar el liguero que adorna perfectamente tu pierna, el único obstáculo que consiento tropezar cuando mi tacto se complace con la sensación de tu piel trémula de placer.

Simplemente es en tus labios donde nazco en las noches y tu vientre donde desfallezco al amanecer; es desde ellos donde parto a congraciarme con el universo de tus sentidos, dejándome ir a merced de tus antojos, al ritmo de tu sangre febril y tu aliento agitado, es desde ahí donde no puedo dejar de vivir.
  

Henry. Ardes.