jueves, abril 30, 2020

Curiosidad intangible

Sabes que soy confeso admirador de tus misterios, los mismos con los que abres y cierras las fronteras entre los dos, aquellos que hoy rodean tus palabras y el deseo que manifiestas de conocer ese más allá que trascienden los anhelos que nos corren bajo la piel. Entonces propicias el momento, sueltas una docena de imágenes sobre la mesa y entre tus reservadas insinuaciones y la tensión de tus palabras, se cruza la frontera. Es algo que simplemente ha ocurrido, en la penumbra de nuestra ausencia y su inconveniencia, hallé tu boca sin cerrojo y sin musitar tan siquiera un permiso, he tomado mi deseo en la oportunidad:

En el tiempo que guardas silencio y me exploras los ojos en busca de mis pensamientos, recorro con los dedos la textura de tus labios, deleitándome mientras le hago preludio a los míos. Entre tanto, mi imaginario se va desgarrando por tu voz que, pausadamente, siembra nuevas imágenes, con las que finalmente decido hacer mía a la mujer contra la pared, en la oscuridad de un cuarto, con las ropas mojadas, víctimas de estas lluvias de marzo, con nuestros cuerpos tiritando y con la complacencia de tus miradas que continúan permitiéndome romper las fronteras y dejar ante mi extasíes la plenitud de tu piel fría, que poco a poco va recobrando su calor natural, que paso a paso voy revelando satisfecho, como niño que descubre ante sí aquel regalo ansiado, que abre lentamente para detallar cada aspecto, línea, contorno, cada detalle de su superficie. Desprendo tu blusa y esos ojos inquisidores que parecieran querer reprocharme, tan solo se clavan en los míos, tu boca muda se entre abre y antes de modular tu falsa protesta, la sello con un beso que te absorbe el aliento, que obligara a tus brazos a aprisionarme contra tu pecho expuesto…

Los detalles son esquivos, la oscuridad de la habitación tan sólo permite delinear tus formas, las circunferencias de tus senos, la firmeza aguda de sus cúspides, que recorro con mis manos, las que, con un rigor implacable, palpan cada tramo de tu superficie al exponerse, formando un mapa mental que será verificado posteriormente por mis labios, hasta que al final se dejan caer a tus caderas, al tiempo que tu boca de vampira devora la mía.

Ya en las caderas, logro abrirme paso en el fortín de tus pantalones, donde encuentro la respuesta a mis impulsos: La humedad producto de la lluvia, ha traspasado tu ropa y se ha mezclado con la que brota de vos y comienzo a sumergirme; tu boca se entre abre, exhalando un suave gemido, casi imperceptible que se cuela por mis oídos y me enciende aún más; mientras me despojas caóticamente de la camisa. Los corazones ahora se desbordan y vos tomas el silencio como cómplice, consintiendo que siga, dejando volar suspiros esporádicos, encontrando la cadencia de mis movimientos, su intensidad y trasmitiendola a tu mano, que ahora se hace dueña de mi miembro y así como siento mis manos bañarse de ti, ahora tú lo comienzas a hacer de mí.

De nuevo intentas emitir esa falsa protesta, pero es ahora tú mismo aliento el que te frena, al sentir mis labios aproximarse cautelosamente por tu pubis, a aquella laguna que hemos sabido fundar. Tu cuerpo se estremece y tus dedos masajean mi cabeza, mientras que mis manos se extienden por tus nalgas ejerciendo gradualmente una presión exacta, para sentirte las carnes, pero no frenarte los espasmos. Has roto el silencio y el recato, tu voz comienza a perder fuerza, a quebrarse, a ser remplazada lentamente por suspiros profundos…

Tu cuerpo se ha rendido al placer y nuestras manos ahora terminan de desvestirnos para finalmente caer juntos en la cama. Conmigo en lo más profundo de tu ser, atenúas el movimiento de las caderas para sincronizar con los míos, somos uno y nos estamos devorando de apoco en la oscuridad, vos mordiéndome los hombros y marcándome con las uñas la espalda, yo mordiendo tus labios y ahondando cada vez con más fuerza. Hasta que llegamos y tus uñas se hunden más en mí, al unísono con tu gemido hilarante, mientras ahora soy yo quien muerde tu cuello, dejando en vos todo. Y así, una y otra vez hasta que se nos agote el espíritu.

El silencio se adueña del momento, vos soltas un suspiro acompañado de una sonrisa pícara y tu mirada fija a mis ojos se vuelve a llenar de misterios, mientras tomas mi rostro, abordas mis labios y te vas, con un simple chao. La curiosidad se ha estremecido y suena peligroso.


Henry.





Alegoría a la muerte.


¿La muerte?
La muerte amigo, es solo un ‘buenos días’ más en el cotidiano de mi pueblo y se le ve mucho acompañada en las esquinas de una tal violencia. A diario la saludamos mirándola a los ojos y nos devuelve el saludo con una mueca risueña, tal vez pa distraernos mientras nos llega. Algunos, con los que parece tener más confianza, la saludan con rigurosidad castrense y formalidad de etiqueta.

A ella se le ve siempre acompañada, cuando va por los parques y las calles, de gente muy elegante, de dinero y prestigio, finas costumbres y hábitos exquisitos; a veces también, de uno que otro de pinta más humilde, que bien sea por desespero, ignorancia o ambos, se va de tragos con ella cualquier viernes, sábado o domingo.

Sin embargo, como cualquiera de esas otras gentes de bien, ella también aporta al pálido color de nuestras calles, bien sea con su escarlata favorito o de vez en vez, con ese color silencio que dejan los desaparecidos y en los días más movidos, con nuevas ventilas en los techos de las casas o más espacio dentro de ciertas familias que ni pa que mencionar.

¿La muerte?
La muerte es vecina y amiga en este pueblo agotado, una andariega más que conoce a la perfección cada rincón de las calles y escondrijos, que se mece en los columpios de los parques y se asoma a los balcones en las madrugadas, viendo coquetamente tanto a hombres como mujeres. Es tanto así, que casi estamos seguros que tiene casa ahí más arriba, en la alta calle de las palmas, esas de cuello largo, altivas y coronadas de gallinazos, allá donde están los hermosos miradores...

¿La muerte, amigo?... Mírela, ahí viene con uno nuevo; salúdela con confianza, que ella es buena papa, sonríale y dele las gracias...

¿La muerte? Ella por acá siempre anda...


Henry.

Ciclo de confesiones


I
Sin recato, te diré que quiero sentir tus labios en mi piel, conocer la sensación que su textura dejaría al recorrerla, la milimétrica presión que ejercerían sobre ella, la calidez que pudiesen trasmitir y también, por supuesto, quiero medir la pasión con la que me podrían devorar la boca. Siendo más atrevido, te confieso que quiero verte sumergida en mí, tan profundamente como yo deseo estarlo en ti, sin reservas ni recatos que cohíban, sin límites obtusos, de esos que suele imponer la razón… Uno pasa por ahí, toma una bocanada de aire, se encuentra esos labios y no llegas a imaginar lo que pueden, en un solo instante, despertar.

II
Lo que en este instante necesito no está en tu boca, lo que necesito no se haya en tu cuerpo, no está bajo tu piel ni mucho menos dentro de tus sueños, lo que necesito responde tan solo a un monosílabo, a un instante gramatical, a una línea efímera del tiempo absoluto. Lo que necesito esta tarde de domingo septembrino, placido suspiro santiaguino, es la simple resonancia de tu voz, afirmando la merecida recompensa a un pasado irreverente que se negó a sucumbir ante el señor tiempo.

III
Voy a confesarte un secreto de décadas:
Una noche de amigos, entre un baile y unas risas, descubrí una insólita manía que me hacía más ligeros los días plagados de cátedras y las largas esperas en los pasillos, entre una y otra; descubrí que, ante tu sonrisa, las jornadas volaban como en un túnel de terciopelo; que era casi imperceptible, aunque aguda, la vibración de tu sangre cuando jugaba a hacerte dormir con mis dedos entre tus cabellos; y que eras el mejor elemento de sosiego para los solitarios momentos. Y la manía, la manía era esa, sentirte viva, hacerte reír, buscar cada espacio para hacerte sentir feliz y así, continuar mis clases más gratamente, sin pretensiones.

IV
Aun me quedan suspiros que suenan a tu nombre y ansias impulsivas de tomar tus manos al atravesar cualquier noche. Aun en mis ojos se anida el anhelo de cruzar con tu mirada y en mis labios la idea de sellar en los tuyos mis más profundos secretos. Aun corres inspirando mi alma y flotas por los valles de mis sueños. Aun quema en mi pecho la pasional idea de conjugar un verbo con lo más profundo de nuestros deseos. Aun se despiertan mis letras cuando llegas a visitar a Morfeo. Aun tu voz suena incesante, acompasando el trajinar de los minutos en las noches profundas, infiltrándose en mis almohadas y tal vez hasta escondiéndose en algún rincón de mi cama, para ante la más mínima aproximación a ella, brotar de nuevo de la nada y arrullarme un sueño.

V
He aprendido, que en mi camino hay instantes en los que la sincronía en el paisaje sosiega el alma, donde son idóneos forma y momento. Son instantes, así como este, que conjuga la sabiduría de tu espíritu radiante, con la cautivadora plenitud de tu silueta, todo finamente armonizado por aquella sonrisa encantadora que se convierte en tu marca personal y que desde hace algunos kilómetros atrás vengo admirando.


Ardes.